BECERRADA CON DIVERTIDAS MOJIGANGAS

Arado del ruedo, previo a la suelta de vaquillas de San Saturio (Archivo Histórico Provincial)

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En tiempos no tan lejanos las celebraciones de las fiestas de San Saturio se circunscribían a los cinco primeros días del mes de octubre y excepcionalmente uno más, el 6, si se daba alguna circunstancia especial, que no solía ser lo habitual. De tal manera que aunque el ayuntamiento distribuía con antelación suficiente el programa de actos entre los vecinos de la ciudad, la costumbre, que dicho sea de paso se viene conservando mediante el boletín que se edita ad hoc, casi resultaba ociosa porque en la ciudad se conocía de memoria la oferta festiva.

Hace ya tiempo que se rompió la rigidez de la programación que había venido siendo una de las notas de las conmemoraciones en honor del santo anacoreta. Antaño no faltaba en el programa la ceremonia religiosa de vísperas como tampoco la llegada a la desaparecida estación de ferrocarril Soria-San Francisco de la banda militar de música y la elevación de globos aerostáticos y grotescos el día de San Saturio a mediodía en la plaza Mayor (entonces del Generalísimo) después de la solemne misa de pontifical en la Colegiata, por citar algunas. Y, sin pretender ser exhaustivos, cada año aparecía asimismo la tarde del día 5 la tradicional becerrada en la plaza de toros “con divertidas mojigangas” que ha dado paso a lo que ahora se presenta como suelta de vaquillas a secas, festejos ambos que sin entrar en mayores consideraciones vienen a ser en la práctica lo mismo por más que lo de las divertidas mojigangas lejos de responder a un estereotipo acuñado tuviera soporte histórico.

Corría el año de gracia de 1843 y todas las provincias españolas celebraban grandes festejos en honor de S.M. la Reina de las Españas Isabel II. Soria también quiso hacer extensible su entusiasmo hacia la egregia dama y el ayuntamiento a pesar de que tenía cerrado el programa de las fiestas de San Saturio se vio en la necesidad de prolongar las celebraciones un día más, que comenzó con una solemne misa y Te Deum invitando a las corporaciones y autoridades. Pero parecía obligado que la ampliación de la oferta festiva trascendiera a lo profano y se pensó en desarrollar un espectáculo desconocido para la mayoría –se dijo entonces-, que era el de ver ejecutar todas las tareas del labrador para preparar la tierra y sembrarla. Se trataba de una promesa de vecinos de la ciudad y del barrio Las Casas que cumplieron una vez finalizado el rito religioso. De modo que sin más se presentaron en la plaza de toros con “dos hermosas yuntas de mulas lujosamente enjaezadas y otra de bueyes con todos los aperos propios cubiertos de pintura, llevando sobre una caballería la semilla, que [en realidad] era un saco de confitura. Hecha la presentación –refiere el relato histórico- y dirigiéndose el jefe de todos ellos al Consistorio pronunció vivas a S.M. (Su Majestad), la Constitución, Religión, Cuerpo municipal y autoridades, dando la orden pertinente a su cuadrilla, “que con toda propiedad y desembarazo ejercitó su oficio, sin omitir circunstancia alguna”. A partir de ese instante el ruedo quedó cubierto por la dulce semilla soltándose a continuación un toro que igualmente habían ofrecido y fue lidiado en medio de la muchedumbre que se afanaba en recoger la confitura extendida. Cuentan las crónicas que “complacientes hasta al extremo, los buenos labradores repitieron por la tarde la misma operación para contentar a varias personas que no la habían presenciado por la mañana”. El gremio de confiteros, por su parte, desparramó por la plaza y los tendidos “cantidad de dulces” presentando otro toro que fue rifado después de la función y entregado el producto obtenido a las religiosas de la ciudad. Lo mismo hicieron el Colegio de Abogados, escribanos y procuradores cediendo el beneficio de la res a la cuna de Expósitos, y el Gremio de Herreros, Sastres, Pescadores, Zapateros, Albañiles y Tratantes en carnes uno cada uno, arrojando cohetes a la salida y llenando los intermedios con maniobras de sus respectivos oficios. “Hasta los jóvenes contribuyeron a los festejos trayendo un novillo a su costa”, y uno más la Milicia Nacional cuyo producto después de rifado se destinó a la adquisición de prendas de uniforme. El Gremio de Carpinteros ofreció hacer de su cuenta las luminarias que se necesitasen en las cuatro noches de las fiestas. Y, en fin, el Instituto de Medicina, Cirugía y Farmacia presentó un añojo que fue lidiado por chicos de corta edad con los ojos vendados portando vejigas atadas a un palo y la recompensa de un premio por cada golpe que sacudiesen al novillo, el beneficio que produjo la venta de la res se donó a los pobres del Hospital civil de Santa Isabel. Durante más de un siglo se mantuvo la esencia de esta tradición que al cabo de los años ha derivado en la “suelta de vaquillas en la plaza de toros” de ahora. Suelta de vaquillas de la que en este 2023 nos quedamos con las ganas, sin que se haya explicado el verdadero trasfondo de la suspensión que, con más que probable seguridad, no es el que se ha dicho y sí con el sacrificio de las reses una vez finalizado el festejo, que es lo que leyendo entre líneas se pretendía evitar. Uno sabe de lo que habla. Pero aquí nos quedamos.