CUANDO LA CIUDAD CAMBIÓ DE IMAGEN (1947-1962)

La plaza del Olivo antes de la remodelación de los años cincuenta (Archivo Histórico Provincial)

_____

Hubo una etapa que se extendió durante veinte años –en la década de los cuarenta y cincuenta-, que resultó decisiva para cambiar buena parte de la fisonomía de aquella pequeña capital con aire y costumbres provincianos que tenía en el Collado el eje de su actividad diaria por más que la vida se hiciera fundamentalmente en los barrios.

Metidos de lleno en la década de los cuarenta se construyó e inauguró el edificio del Instituto Provincial de Higiene, en la calle de Nicolás Rabal, junto a la dehesa, y el de la Delegación de Hacienda que abandonaba, por arcaicas y nada funcionales, las dependencias que había venido utilizando en el Palacio de los Condes de Gómara; inmuebles, estos dos que acaban de citarse, que ponían en la arquitectura urbana una nota de progreso y modernidad que contrastaba con la precariedad de la época. Casi simultáneamente la plaza de San Esteban sufría una profunda remodelación para dejarla básicamente en el estado en que se encuentra hoy, una vez superado felizmente, bastantes años después, aquel lamentable episodio –que terminó con alguno de los que encabezaron el movimiento opositor en el banquillo- a costa del empeño de uno de los alcaldes de cargarse a toda costa los árboles con la excusa de construir un aparcamiento subterráneo.

Por aquel entonces también –el año en que el General Franco visitó oficialmente la capital y se aprobaba el proyecto de abastecimiento de aguas- se llevó a cabo la ordenación de la zona de Santa Clara y de Las Pedrizas, en el otro extremo de la ciudad, que en este segundo caso –de indudable repercusión en el futuro de Soria- iba a acarrear, entre otros, el desplazamiento del tradicional mercado porcino de los jueves desde las traseras de Correos hasta una zona que no tardó en presentar el aspecto de abigarramiento que ofrece hoy, bien es cierto que coincidiendo con la ordenación del polígono que configuraron las calles Campo, Tejera y las proximidades de la plaza de toros todavía sin urbanizar. El entusiasmo de las autoridades locales por la nueva ubicación del mercado de cochinos llegó a tal punto que con las efusiones del momento llegó a plantearse seriamente la posibilidad de construir algo más arriba de la actual zona de los discobares unas instalaciones, modernas y funcionales, en las que pudieran desarrollarse de manera decorosa las operaciones de esta cita semanal, tan arraigada –si bien hace años perdida- en las costumbres de la ciudad.

Fue asimismo en la misma época cuando en el conjunto de un ambicioso plan de actuaciones en el parque de la Alameda de Cervantes se procedió a la sustitución de la portada que tenía por la actual, y partiendo de ésta se cerraba una buena parte del recinto, que por la derecha se prolongaba hasta la acera de enfrente de la casa de Nicanor Manrique –la de “El blusas”-, algo más arriba del actual Espacio Alameda, mientras que por el lado opuesto llegaba hasta el conocido como árbol gordo, muy cerca del edificio de Sanidad (frente al antiguo hotel Florida, actual Comisaría de Policía); además se llevaban a cabo tareas de acondicionamiento de los paseos y el estanque y desaparecían las casas del santero y del jardinero adosadas a la ermita de la Soledad, con lo que este pequeño entorno iba a ofrecer a partir de entonces un aspecto novedoso, por otra parte muy semejante al que tiene ahora, excepción hecha, como no puede ser de otra forma, del Árbol de la Música. La fuente de Los Leones tampoco duraría mucho tiempo en el Alto de la Dehesa para erigir en su lugar el monumento a los Caídos. No demasiado tiempo después se instaló y bendijo el monumento del Sagrado Corazón en el parque del castillo; se comenzó a trabajar en los proyectos de construcción de la Barriada de Yagüe y de remodelación de la calle Real mientras que se convertía en realidad la Escuela de Formación Profesional –otra de las iniciativas innovadoras y de mayor impacto de aquellos años- en la emergente zona colindante con la huerta de San Francisco.

Mediada la década de los cincuenta se reordenó la plaza de Ramón y Cajal -para los sorianos más viejos, de “La leña”-, y se construyó la Oficina de Turismo, aquel cuchitril llamado pomposamente Oficina de Turismo, donde el actual equipo de gobierno municipal ha colocado la maqueta de la ciudad; del mismo modo que la plaza de San Clemente, que se llevó por delante la entrañable, aunque en estado de ruina, iglesia del mismo nombre en cuyo solar se edificó el edificio de Telefónica. Asimismo, la comúnmente conocida como plaza del Chupete –Mariano Granados- fue sometida a un profundo cambio de imagen más aprovechando –si es que no por ordeno y mando- la construcción del monumento al General Yagüe. Y se le puso iluminación al emblemático y añorado Árbol de la Música, al que los integrantes de la banda se subían cada domingo –también los jueves del verano a la caída de la tarde- para ofrecer el acostumbrado concierto del mediodía tan pronto como llegaba el buen tiempo. Del mismo modo que se acometían importantes obras de reforma en la iglesia de La Mayor, que en el exterior afectaron a la fachada con la sustitución de la vieja puerta de acceso al templo, a las que siguieron, prácticamente sin solución de continuidad, las del entorno de San Juan de Rabanera, a la conclusión de las de reordenación del área que comenzaba en Ramón y Cajal con prolongación hasta las traseras de la plaza Mayor, lo que implicó el derribo de algunos edificios de la calle Claustrilla en su confluencia con la de Caballeros, y otros de la de las Fuentes con la de Rabanera (hoy, San Juan de Rabanera), colindantes con el viejo y destartalado caserón de Obras Públicas, en una de las operaciones urbanísticas de mayor alcance que se recuerdan en la historia reciente de la ciudad.

EL «TUBO ANCHO»

El Campo del Ferial, con la calle Vicente Tutor en primer término, recién urbanizado (Archivo Histórico Provincial)

_____

Ya hemos dicho en alguna ocasión que al final de la década de los cuarenta y comienzos de los cincuenta la corporación municipal que regía los destinos del consistorio capitalino abordó uno de los grandes y más ambiciosos proyectos de la época al sacar a pública subasta todas y cada una de las parcelas en que había sido dividido el Campo del Ferial. De manera que en no muchos años se procedía a la ordenación de la zona. Nacieron nuevas calles como la de Vicente Tutor y Mesta -algo más tarde la de Sagunto-, que constituyeron el eje del desarrollo, al menos en los primeros momentos; se reordenaron y ampliaron otras como las del Campo y Tejera, y, en general, el entorno pasó de ofrecer una imagen que se asemejaba más a lo rural a convertirse en un nuevo, moderno y emergente espacio urbano que comenzó a subir como a espuma y tuvo en la Casa Sindical (actual sede de la Patronal y los Sindicatos) un empujón importante. Enseguida surgieron las primeras edificaciones y a articularse a su alrededor un tejido comercial y de servicios que se dice hoy en el que comenzaron a proliferar locales del ramo de la hostelería –bares- hasta el punto de constituir en su conjunto una alternativa respecto de los que habían venido funcionando en la plaza de san Clemente y aledaños. En este contexto fueron abriendo, acaso no por el orden en que se van a citar el bar Madrid, luego Palafox, en el bajo del edificio –el primero en construirse en la zona- conocido como de la Termo Sanitaria, pues ciertamente en él se ubicó uno de los primeros establecimientos de la ciudad dedicado a la venta de material y mobiliario higiénico-sanitario, en el que con anterioridad funcionó primero un salón de juegos de billar y futbolines y luego un concesionario de automóviles. Por entonces también abrieron, cuando el alternar más que una costumbre era un rito del que raramente se prescindía, el Dorado, contiguo al que acaba mencionarse, y en la misma calle de Manuel Vicente Tutor el Cisne (luego Parrita), el Montico, algo más tarde el Argentina, el Bodegón Riojano, muy cerca el Mónaco, y al final de la calle el Pelayo; completaba el circuito el Garrido, en el que cada jueves poco después del mediodía tenía lugar una tertulia de lo más plural y abierta que pueda imaginarse, tanto por su composición como por los contenidos que debatían los contertulios, en la que tomaba parte un grupo variopinto donde lo hubiera formado por personajes de la más diversa procedencia que se movían en el mundo de la cultura, la intelectualidad, la política, la poesía, la erudición, el periodismo, la literatura, los sindicatos y, para no extendernos, de la sociedad en general, de muy desigual ideología. Fueron, sin duda, los mejores años del Tubo Ancho que lejos de limitar su ámbito geográfico a la calle que lleva por nombre el del insigne abogado agredeño Manuel Vicente Tutor extendía su área de influencia al Kansas, en la trasera, la de Sagunto; a la del Campo, donde el David y el Pérez eran el complemento lo mismo que el Alcázar en la plaza de El Salvador, y saliéndose de la zona propiamente dicha el Negresco junto a las tabernas del Rangil y el Morcilla, los tres en la calle Ferial, porque el Diana, el Sol y el del Abdón Morales hacía tiempo que habían cerrado.

 

SESENTA Y TRES AÑOS DE LA CASA DIOCESANA

Obras en la calle San Juan con la Casa Diocesana recién terminada (Archivo Histórico Provincial)

_____

El exterior del edificio de la Casa Diocesana, nombre por el que se le conoce comúnmente, está siendo objeto de una “ambiciosa obra de rehabilitación”, se ha dicho. No estará demás hacer un poco de historia del inmueble sito en la céntrica calle San Juan.

Un 2 de octubre –el de 1960- se inauguraba la oficialmente denominada Casa Diocesana de Obras Apostólicas y Sociales Pío XII –la Casa Diocesana a secas para mejor entenderse-, que fue uno de los acontecimientos más destacados del año en el ámbito local junto a la ordenación del tramo de la calle Real más próximo a la concatedral; el inicio de las obras de la alineación urbana de la zona comprendida entre la plaza de Mariano Granados (entonces del General Yagüe) y la del Generalísimo,  que no era otra sino la Plaza Mayor, a través de la plaza del Olivo y las calles Caballeros, Rabanera –más tarde San Juan de Rabanera- y Fuentes, y por qué no, la llegada por primera vez a Soria de la Vuelta Ciclista a España, por citar tan sólo unas efemérides.

Pues bien, aquel lluvioso, por cierto, día de San Saturio de hace 63  años el Nuncio apostólico en España de Su Santidad Juan XXIII, monseñor Hildebrando Antoniutti, bendijo la Casa Diocesana, en la no mucho después profundamente renovada zona del centro urbano, luego de haber oficiado el solemne pontifical en el primer templo soriano en honor del santo anacoreta y de haber asistido a la posterior recepción ofrecida por el ayuntamiento en la Casa Consistorial según la costumbre. El Nuncio había llegado a Soria la víspera por la tarde a la Plaza Mayor para inaugurar al día siguiente el edificio que había comenzado a construirse casi cinco años antes, la mañana gris del 9 de abril de 1956.

Las obras comenzaron por expresa voluntad del prelado sin ningún tipo de celebración especial, entendida ésta como la colocación de la primera piedra, acto siempre tan socorrido. De tal manera que según contó en su día con tono desenfadado y detalle el canónigo Carmelo Jiménez se encontraban en la antigua residencia episcopal -en la conocida como Casa del Obispo en la calle Las Fuentes- el reverendo Alejandro Moreno, los arquitectos Luis y Pablo Jiménez, el constructor Francisco Soto y él mismo, cuando conjuntamente comenzaron a derribar con la mano unos trozos de ladrillo de una vieja tapia mientras decían bromeando al primero de los citados (Alejandro Moreno) que mandase preparar una copa de vino para celebrar el comienzo de las obras, que lógicamente no llegó.

Anécdotas al margen, la realidad es que el 2 de octubre de 1960 el flamante edificio estaba listo para ser inaugurado tras un rápido proceso de construcción. Luego de la bendición de las dependencias fue el salón de actos el marco elegido para la celebración principal y dar oficialidad a la singular efeméride. “Desbordado el recinto de público, encendido el ánimo de los oradores y el de la espectadora muchedumbre”, según la crónica publicada por uno de los periódicos locales, fueron pasando por la tribuna los diferentes intervinientes. El presidente de la Junta Diocesana de Acción Católica, Luis Fuentes Amezua, hizo una exposición detallada del inmueble y de las tareas llevadas a cabo para su construcción; el obispo Rubio Montiel, habló de corazón (por el seminario) y de cerebro (en referencia a la que pretendía que fuera la Casa Diocesana), mientras que el Nuncio, que había recibido el título de Hermano Mayor de Honor de la Cofradía de San Saturio subrayó que como con este nombramiento “entiendo que me queréis hacer soriano, lo acepto con singular alegría y desde hoy me obligo a pedir por vosotros. No os faltará nunca mi recuerdo y mi interés”. Por la tarde el Nuncio visitó en Ágreda el convento de la Venerable Sor María de Jesús y la basílica de los Milagros.

SOL, VINO Y TOROS… Y DEPORTES

Solicitud de la Sociedad Deportiva Alto Duero del Frente de Juventudes para celebrar competiciones deportivas en las fiestas de San Juan (Archivo Municipal)

_____

¿Alguien concebiría hoy unas fiestas de San Juan salpicadas de competiciones deportivas? Con toda sinceridad, no, por más que nadie cuestione la importancia que tiene el deporte y la práctica deportiva en la sociedad moderna. Tendría que suceder algo verdaderamente especial como aconteció cuando al Numancia le iba el ascenso a Segunda o Primera División, en alguna ocasión coincidiendo con día tan especial para los sorianos como es el Domingo de Calderas.

Sin embargo, situados en los años de la Posguerra Civil española, esta particularidad de introducir de matute pruebas deportivas en la programación sanjuanera se convirtió en algo habitual. Porque, en efecto, durante un tiempo se estuvieron celebrando en lugares concurridos del centro de la ciudad competiciones con las que se pretendía distraer a los sorianos de la fiesta central del día del mismo que, a mayor abundamiento, eran el caldo de cultivo para llevar a la conciencia de los sorianos las bondades del Movimiento Nacional.

Una de las primeras iniciativas de este tipo, a la que siguieron bastantes más, fue la que promovió la Sociedad Deportiva Alto Duero del Frente de Juventudes. Constituida en el mes de noviembre de 1950 bajo la presidencia del médico e Inspector de Sanidad, Narciso Fuentes López, cursó una solicitud al ayuntamiento de Soria en el mes de junio del año siguiente en la que señalaba “que ante la proximidad de las Fiestas de San Juan o de la Madre de Dios, con sus festejos tradicionales, desearía aportar su colaboración técnica para nuevos espectáculos que entran de lleno en la esfera de sus fines específicos, determinados en el Reglamento de su constitución”, por lo que solicitaban del Excelentísimo Ayuntamiento la colaboración para la puesta en marcha de unos “Campeonatos de Natación y Remo”, cuyas categorías se señalaban, a celebrar “en la tarde del Lunes de Bailas en el trozo del río comprendido entre el puente del ferrocarril Soria-Calatayud y la Ermita de San Saturio”.

Además ofrecía la celebración de “un partido de Baloncesto entre un equipo de esta Sociedad y otro de Guadalajara, a celebrar en la Plaza del Olivo después de la corrida de toros [aquel año fue novillada con picadores y un rejoneador, un festejo mixto en el argot taurino], disputándose un trofeo, que en el futuro podría ser disputado además por algún equipo de Burgos, en forma triangular”.

“Esta Sociedad –se añadía en la solicitud- prestaría el material necesario para dichas competiciones y la colaboración técnica para llevarlas a cabo, solicitando de esa Corporación una subvención de TRES MILPESETAS para gastos de organización más los propios que se estimen pertinentes para los ganadores de las mencionadas pruebas”.

La petición, presentada en el Registro del Ayuntamiento el 15 de junio, tuvo respuesta inmediata. Pues, en efecto, con fecha 22 el Ayuntamiento contestaba con un escrito del siguiente tenor: “Como contestación a su instancia en la que solicita colaboración de este Ayuntamiento para celebrar diversos espectáculos el Lunes de Bailas, la Comisión de Festejos de este Ayuntamiento ha acordado subvencionar con la cantidad que solicitan las competiciones que proponen. Lo que traslado a V. para su conocimiento y satisfacción. Dios guarde a V. muchos años”.

Dicho y hecho, las competiciones se desarrollaron según las previsiones.

EL RINCÓN DE BÉCQUER

 

El Rincón de Bécquer poco después de haber sido recuperado el espacio

_____

El conocido como Rincón de Bécquer no es otro sino el transitado paraje situado en las traseras de la iglesia del antiguo Hospital Provincial.

El Rincón de Bécquer tomó carta de naturaleza, o más bien surgió, a partir de la demolición de la vieja, pero no por ello menos querida, estación de tren Soria-San Francisco en la jerga ferroviaria, en la segunda mitad de los años sesenta, y sin solución de continuidad el efímero polígono resultante, temporalmente utilizado para ubicar en parte de él las atracciones de feria durante las fiestas, a falta de otros espacios idóneos que quedaran a mano susceptibles de ser usados para este fin, hasta que la Administración Central del Estado levantó en la parcela el edificio anterior al que hoy ocupa la Delegación Territorial de la Junta de Castilla y León. Fue entonces cuando pudieron rehabilitarse para ser contempladas las ruinas -desconocidas para la mayoría de los sorianos- del antiguo convento de San Francisco hasta ese momento en alarmante estado de deterioro, semienterradas y llenas de escombros y de basuras por más de su proximidad al centro urbano. Y eso que en las inmediaciones estaba construida ya la manzana de Pablo del Barrio, aunque con configuración diferente de la que ofrece en la actualidad, y que en la parte más próxima a la Dehesa ya hacía años que se había construido y funcionaba el Hotel Florida (el edificio que ha ocupado hasta hace poco la Comisaría de Policía) y sus aledaños servían de improvisado muelle para los viajeros de los coches que cubrían la línea de El Burgo de Osma y San Esteban de Gormaz –más tarde también la de Madrid- porque la estación de autobuses era todavía una entelequia por más que se llevara décadas hablando de ella.

Pero sin apartarnos del hilo argumental, el hecho cierto es que el paraje era hasta entonces una zona degradada ocupada por algunos de los servicios de la estación del ferrocarril como pudieran ser el embarcadero del ganado en la fachada norte del actual edificio de la Junta, depositario de tantos y tantos entrañables e imborrables recuerdos relacionados especialmente con el transporte de las merinas trashumantes y de los toros de lidia en cajones tirados por mulas hasta el coso de San Benito, además de otras instalaciones auxiliares de las dependencias ferroviarias; pero, por encima de todo, se trataba de una barrera física en toda regla que separaba de hecho el barrio de la Estación Vieja del Alto de San Francisco, donde por aquel entonces también –año más o menos- se construiría la Escuela de Magisterio y muy cerca otros edificios dotacionales como el Polideportivo de la Juventud y los colegios menores, de manera que en la práctica se trataba, como así era, de dos zonas colindantes sin conexión alguna. Luego, sí, una vez desaparecida la estación, el cambio fue radical pues sucesivamente surgió la avenida de la Victoria (ahora Duques de Soria) –por donde antaño iba el tren desde la estación de San Francisco a la del Cañuelo-; se construyó el scalextric (el que conocemos como Ronda de Eloy Sanz Villa), de tal manera que al facilitarse el acceso a la parte de arriba comenzaron a proliferar las nuevas construcciones y, en definitiva, a ensancharse el núcleo urbano.

EL INVERNADERO DE LA DEHESA

La Rosaleda, con el Monumento a los Caídos al fondo, a la izquierda (Archivo Histórico Provincial)

_____

A punto de comenzar el verano de 2009 eran asfaltados los paseos del parque municipal, desde el Árbol de la Música hasta el acceso principal en Mariano Granados, mediante la utilización de un novedoso material sintético, no mucho después se tenía la sensibilidad y el buen gusto de recuperar uno de los símbolos de la ciudad, como sin duda lo era el emblemático árbol, oficializado con el concierto que ofreció la Banda de Música poco después del mediodía del martes 5 de octubre de 2010, último día de las fiestas de San Saturio; hacía 22 años que se había retirado la estructura original luego de que con harto dolor de todos los sorianos no quedara otro remedio que talar el legendario olmo, víctima de la grafiosis, que no hubo manera de combatir por más de las atenciones que se le dispensó y de los tratamientos que se le aplicaron.

Otras actuaciones en el parque municipal se centraron por aquel entonces en la zona del Alto de la Dehesa y la Rosaleda, concretamente en el espacio que ahora se conoce como vivero, y antes y durante muchos años invernadero, desde que a mediados del mes de febrero de 1943 se decidiera su traslado (se encontraba en las proximidades de la que fue cafetería Alameda). La decisión, por cierto, no estuvo exenta de polémica porque “a pesar de la ampliación que Dios mediante ha de dársele parece el lugar algo impropio por la proximidad del Hospital [Provincial, más tarde sede del CUS]”, señaló el diario Duero, el único que se publicaba entonces en nuestra capital, sin dar ninguna otra explicación en la que apoyar su argumento.

Fue esta del cambio de lugar del invernadero una operación que, al menos cronológicamente, venía a completar un conjunto de actuaciones emprendidas en el área que en junio de 1931 había contemplado la construcción del curioso y popular palomar, en la zona de la fuente, junto a los antiguos urinarios, y en el mes de enero del año anterior (1930), asistía al nacimiento del Alto de la Dehesa y la Rosaleda, en el marco de una gran operación que llevó consigo la plantación de más de 1.500 árboles, de manera que la parte derecha de la Alameda de Cervantes (la lindante con el paseo del Espolón) iba a contar, a partir de ese momento, con una frondosa chopera; la zona más alta pasaba a convertirse en un tupido bosque de pinos silvestres y piñoneros, cedros, abetos y otras coníferas, y se configuraba un amplio espacio exclusivamente de pradera, que sigue siendo uno de los grandes reclamos. Además, entre la zona arbolada y la pradera se construía la Rosaleda –un bello y discreto, al tiempo que abrigado, rincón de nuestro céntrico y querido parque-, cercada por un paseo formado a base de plantaciones de cipreses, que, como el resto del recinto, ha sufrido toda clase de vicisitudes. Vamos, que con las inevitables modificaciones a que han obligado el transcurrir de los años, todo quedó más o menos como se encuentra en la actualidad, eso sí,  sin el monumento a los Caídos; fue entonces cuando la zona volvió a ofrecer la configuración con que se concibió en su día y la Dehesa recuperó un espacio único para disfrute de los sorianos. Porque, efectivamente, la construcción desaparecida, entre otros motivos por falta de mantenimiento, sin necesidad de entrar para nada en su significación política, hacía ya años que había derivado en un pegote al socaire del cual llegó a circular por ahí una leyenda urbana relacionándola con el marco adecuado para la práctica de diversas y determinadas conductas no precisamente ejemplarizantes.

ALGUNOS DATOS SOBRE EL CAMPO DE DEPORTES DE SAN ANDRÉS

 

Vista panorámica del Campo de Deportes de San Andrés durante un partido de fútbol (Archivo Histórico Provincial)

_____

El histórico Campo de Deportes de San Andrés fue una de las construcciones más representativas de la ciudad de la posguerra. Levantado en el ecuador de los años cuarenta, en la actualidad es una instalación prácticamente nueva. Sí, decimos prácticamente, porque, en efecto, parte del cerramiento, el de piedra que lo circunda, sigue siendo el original. El resto nada tiene que ver con el antiguo.

Ya hemos dicho en alguna ocasión que la remodelación del recinto ha sido uno de los muchos despropósitos en materia urbanística que se han acometido en la ciudad, pues si bien es cierto que cuando se proyectó se encontraba en las afueras de la población, con el ensanche de la ciudad por la zona oeste ha pasado a estar en el mismísimo centro urbano. Es decir, que cuando se abordó la remodelación acaso hubiera merecido la pena contemplar su derribo y construir uno nuevo en una de las zonas emergentes de la ciudad, máxime teniendo en cuenta la proximidad de otra instalación deportiva, el Polideportivo de la Juventud, que tampoco tiene nada que ver con el original.

En todo caso no es nuestro propósito detenernos en lo que lamentablemente es irreversible y sí ofrecer algunas pinceladas de cómo se gestó el viejo recinto deportivo.

Corría el mes de agosto de 1923 cuando se conoció la constitución del equipo de fútbol del Club Estade Soriano y la disputa del primer partido en El Royo-Derroñadas.

Unos meses después, en marzo de 1924, se supo que la junta directiva de la entidad visitó al alcalde de la ciudad para plantearle la construcción de un campo de deportes, en tierras de labor situadas al oeste de la Alameda de Cervantes que se materializó en agosto de 1930, cuando la Corporación aprobó el proyecto de Ramón Martiarena valorado en casi medio millón de pesetas de las de entones. Las obras comenzaron en 1931, al tiempo que el Club Deportivo Numancia entró en escena y por lo que fuera (cabe suponer, con más que probable seguridad, que por la instauración de II República) el proyectó se paralizó.

No fue hasta terminada la Guerra Civil cuando se retomó el proyecto. Fue la Obra Sindical Educación y Descanso la que solicitó al ayuntamiento la concesión de la construcción de la instalación en el marco de un programa del Nuevo Régimen de alcance nacional. Se intensificaron los trabajos, de manera que el 1 de octubre de 1945 el Numancia, que acababa de federarse, pudo disputar su primer partido oficial, es decir, ya de competición, si bien es cierto que el estreno del recinto, con las obras todavía sin terminar, se produjo unos meses antes, el domingo 15 abril de 1945 con un partido que jugaron un equipo de Funcionarios de Soria y el Grupo de Empresa de S.E.S.A de Burgos, que ganaron estos 3-5.

LA CÁRCEL VIEJA Y LA DE LA CALLE LAS CASAS

Fachada principal de la prisión de la calle Las Casas (Joaquín Alcalde)

_____

Después de unas semanas de inactividad volvemos retomar el pulso de este Sitio de temas sorianos.

—–

En tiempos, hasta al verano del año 1961, en que se inauguró el Centro Penitenciario de la calle de Las Casas, entonces en las afueras de la ciudad, en una zona que comenzaba a desarrollarse, la cárcel de Soria ocupaba parte del cochambroso inmueble de lo que, desde comienzo de la década de los noventa en que abrió por primera vez sus puertas tras rehabilitarlo la Junta de Castilla y León, es el moderno pero ya insuficiente y desde el primer momento poco funcional Centro Cultural Palacio de la Audiencia, cuyas obras de ampliación, por cierto, no acaban de llegar por más que hace ya la tira que se anunciaran con la pompa a que se nos tiene acostumbrados.

La vieja cárcel estuvo compartiendo las pobrísimas y tercermundistas instalaciones del vetusto caserón con el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción –el único que había- y la Fiscalía; el Juzgado Municipal y el Registro Civil se encontraban en otro edificio, en la avenida de Navarra, en condiciones que tampoco eran las más idóneas.

Pero para que la cárcel tuviera nueva sede y fuera un establecimiento acorde con las necesidades de la época tuvieron que pasar bastantes años. Mediada la década de los cuarenta ya se estaba con las expropiaciones de los terrenos. Sin embargo, aún tendrían que pasar tres largos años para que el Ministerio de Justicia aprobara su construcción, momento en el que “el Excmo. Sr. Gobernador civil de la provincia [Jesús Posada  Cacho] al ser visitado ayer (20 de junio de 1949) por los periodistas, después de realizar durante estos días varias gestiones, les manifestó lo siguiente: Las obras para la construcción de la nueva Prisión Provincial han sido adjudicadas a don Joaquín del Campo, conocido especialista en este tipo de edificaciones. Tanto el Director general de Prisiones como el personal a sus órdenes están dando las máximas facilidades para que las obras puedan iniciarse el próximo 18 de Julio”, dijo el periódico de referencia. Y efectivamente el día de la Fiesta Nacional de aquel mismo año se colocaba la primera piedra de la “Casa Prisión” en la “explanada de Santa Bárbara, camino de Las Casas”, a la que “terminado el acto religioso celebrado en la iglesia de Santo Domingo se desplazaron autoridades, jerarquías, representaciones y un numeroso público”. El obispo Rubio Montiel revestido con los ornamentos pontificales bendijo la primera piedra y colocó las primeras paletadas de argamasa el citado Gobernador civil.

Hubo que esperar, no obstante, hasta los primeros días del mes de agosto del año 1961 para que las obras se dieran por terminadas y se procediera a la bendición e inauguración de las nuevas instalaciones según el boato y la práctica de entonces, en medio de un desacostumbrado alarde informativo de los periódicos que alabaron sin fisuras la iniciativa y mostraron “su gratitud al Gobierno de la Nación porque haya dotado a la capital de la provincia de un nuevo y buen edificio que viene a ornamentar el barrio alto de la ciudad”, como fue el caso de Hogar y Pueblo, nada sospechoso de ser precisamente pro gubernamental, más bien todo lo contrario, que, sin duda, fruto de la intensidad del momento y del estado de ánimo del redactor de la información, se deshizo en elogios e incluso se aventuró a hacer público algún que otro augurio -por su propia naturaleza muy difícil de cumplir-, que como era de suponer se quedó en eso, en la efusión más propia de un deseo que de una posible realidad. El coste total de las obras ascendió a 15 millones de pesetas (90.000 mil euros).

La flamante cárcel –con las modernas instalaciones y sistemas de seguridad, se dijo- quedaba en el extrarradio de la ciudad, completamente fuera del núcleo urbano, algo más arriba de las huertas de Vicente Álvarez, que todavía representaban el límite de la ciudad por el Norte, detrás de la calle de la Tejera con una configuración notablemente diferente respecto de la que ofrece hoy. El barrio de la Florida no existía o empezaba a adquirir el aspecto que conocemos, como tampoco el de Santa Bárbara, donde no sólo no había apenas edificaciones sino que incluso en las eras los agricultores todavía llevaban a cabo las faenas de recolección y servían de ferial del ganado vacuno, ni desde luego la actual Rota de Calatañazor donde algunos años más tarde surgió la zona de discobares, e incluso las inmediaciones de la iglesia de Santo Domingo presentaban un aspecto del que no queda más que el recuerdo.

LA PUBLICIDAD COMERCIAL HACE 80 AÑOS (y II)

 

 

 

 

Los tres arcos, mítica tienda de ultramarinos desaparecida  (Archivo Joaquín Alcalde)

_____

El Collado era el verdadero centro comercial, de ahí que la mayor parte de los establecimientos públicos se concentrara en él y en su entorno más próximo. Era el caso de los calzados “La Moda” que ofrecía “siempre modelos nuevos de gran novedad”; la Ferretería “La Llave”, dedicada a la venta de herramientas, baterías de cocina, muebles, materiales de saneamiento y electricidad; la farmacia de Felipe Pérez, que además de “preparar fórmulas inyectables, anestesias, sueros hipertónicos, etc.” se dedicaba también a la actividad de laboratorio, droguería y perfumería; la tienda de calzados de Manuel Caballero, distribuidor asimismo de la tan de moda uralita en la plaza de abastos; la tienda de “ultramarinos finos” La Flor Sevillana; el almacén de coloniales de la Viuda de Sixto Morales, que vendía “al por mayor y detall”, con una amplia tarjeta de presentación subrayando la antigüedad del negocio: “Casa fundada en 1880”, era lo que primero se leía; la sucursal del Banco Hispano Americano, al comienzo de los soportales, en la acera de los casinos, y la juguetería, bisutería y mercería “Del Amo”, con establecimiento dedicado a la venta de “tejidos, confecciones y novedades” en la misma calle.

          En los aledaños del Collado se articulaba una red de establecimientos configurada por la imprenta y lotería Morales, en la calle Aguirre; la tienda de ultramarinos “Los tres arcos”, en el edifico contiguo, que tenía otro establecimiento del mismo nombre en la plaza del Salvador esquina con la calle Campo, o el “acreditado” bar Tolo, el “preferido por los deportistas”, en la plaza de San Blas y el Rosel, conocida como de la tarta. Al final del Collado, en Marqués del Vadillo, la farmacia de Martínez Borque; el comercio de paquetería, confecciones y jabones denominado “Mi tienda”, que ofrecía “un inmenso surtido en artículos de caballero”; el de calefacción, fontanería y vidrios de Alejandro del Amo (“la casa más antigua establecida en Soria”); el comercio de tejidos del Sobrino de Samuel Redondo, cuya casa central la tenía en Sevilla, y así constaba en los anuncios publicitarios; y el café-bar Talibesay con fachada a la plaza del chupete. En la contigua plaza de Herradores, la tradicional óptica Casa Vicén Vila; la droguería Patria –“casa muy conocida”-; las tiendas de ultramarinos de Manuel Ruiz especializada en “quesos, mantecas y embutidos” y de los sucesores de Juan Jiménez Benito (en la época, el Anastasio) y el café-bar Imperial. En tanto que en la contigua calle Numancia el comercio de Adolfo Sainz ofrecía “las calidades más supremas en mantas y pañería, como lo acredita la creciente preferencia del público desde el año 1850”, y algo más arriba “El pedal soriano”, un establecimiento dedicado a la venta de bicicletas, accesorios y reparaciones.

En fin, aunque por obvio y puede que también por repetitivo, acaso no esté de más dejar constancia de que como fácilmente podrá suponerse el que en el lenguaje moderno se conoce como tejido comercial de la ciudad era, sin salirnos del argot, bastante más tupido. Porque las firmas comerciales citadas eran las que con más frecuencia se publicitaban y aparecieron en un momento concreto en una revista determinada, que en su época fue referencia pero que todavía hoy los estudiosos y quienes sienten curiosidad por conocer y profundizar en las cosas de aquella Soria de la posguerra la siguen teniendo como elemento de trabajo, pues no en balde se trata de un documento de indudable valor que contribuye a conocer mejor la realidad actual.

LA PUBLICIDAD COMERCIAL HACE OCHENTA AÑOS (I)

La tienda de tejidos Redondo y Jiménez estaba en el Collado con fachada a la plaza de San Esteban (Archivo Histórico Provincial)

_____

El embrión del comercio que hemos heredado, o nos ha llegado, tiene su origen en aquel de carácter provinciano de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.

Sin emisora radio local, que todavía no había llegado a Soria –de la televisión ni se hablaba-, era el periódico el único medio que de manera regular insertaba publicidad, aunque no con la frecuencia y el alarde de ahora, porque de ordinario quedaba reducida, casi en exclusiva, a la sección de anuncios por palabras, en la que cabía absolutamente todo, como en la actualidad aunque lógicamente con los contenidos de lo que se llevaba en la época. Para la publicidad, en el sentido más parecido a como se entiende hoy, las mejores fechas eran las fiestas de la ciudad, especialmente las de San Juan. De ahí que cada año no faltaran a la cita publicaciones ad hoc que con la excusa de las celebraciones festivas y el soporte de informaciones, reportajes y artículos alusivos, en síntesis, venían a ser algo así como una guía comercial completa de la ciudad, porque no en balde en sus páginas se anunciaba la práctica totalidad del comercio soriano y algunas otras actividades.

Por eso, en una de las habituales guías comerciales de mediados de la década de los cuarenta aparecían reclamos como el del almacén de coloniales de Pablo del Barrio, en Marqués del Vadillo, número 20; la tienda de Casa Pastora (relojería, bisutería, óptica y radio electricidad), en la calle del General Mola, 60 (el Collado); el comercio de paquetería de Justo Ortega (sucesor de Gregorio Jiménez) que ofrecía productos de “mercería, quincalla, géneros de punto, confecciones, perfumería y bisutería” y tenía el establecimiento en el número 18 de la misma calle; la pescadería de Víctor Lafuente (hijo y sucesor de M. Lafuente), en el 67 también del Collado –“diariamente se reciben los más finos pescados y mariscos”, se destacaba en el promocional-; los “grandes Almacenes Redondo y Jiménez” dedicados a la venta de tejidos, confecciones, mercería, perfumería, muebles, artículos de viaje y piel, y objetos de regalo, con dos despachos igualmente en la arteria principal de la ciudad, si es que no la clínica dental de Víctor Higes (el conocido médico y reputado historiador), en el estrecho del Collado, casi en la plaza Mayor (oficialmente del General Franco), en la que se anunciaba la “hojalatería vidriera” de Pedro Sanz, especialista en radiadores; el bar Julián, que promocionaba sus vinos y licores, su esmerado servicio de mostrador, la cerveza siempre fresca y estaba acreditado por el buen café que sirve siempre, y el taller de electricidad  “Las tres fases”, con otra dependencia en la calle Real.