LA PUBLICIDAD COMERCIAL HACE 80 AÑOS (y II)

 

 

 

 

Los tres arcos, mítica tienda de ultramarinos desaparecida  (Archivo Joaquín Alcalde)

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El Collado era el verdadero centro comercial, de ahí que la mayor parte de los establecimientos públicos se concentrara en él y en su entorno más próximo. Era el caso de los calzados “La Moda” que ofrecía “siempre modelos nuevos de gran novedad”; la Ferretería “La Llave”, dedicada a la venta de herramientas, baterías de cocina, muebles, materiales de saneamiento y electricidad; la farmacia de Felipe Pérez, que además de “preparar fórmulas inyectables, anestesias, sueros hipertónicos, etc.” se dedicaba también a la actividad de laboratorio, droguería y perfumería; la tienda de calzados de Manuel Caballero, distribuidor asimismo de la tan de moda uralita en la plaza de abastos; la tienda de “ultramarinos finos” La Flor Sevillana; el almacén de coloniales de la Viuda de Sixto Morales, que vendía “al por mayor y detall”, con una amplia tarjeta de presentación subrayando la antigüedad del negocio: “Casa fundada en 1880”, era lo que primero se leía; la sucursal del Banco Hispano Americano, al comienzo de los soportales, en la acera de los casinos, y la juguetería, bisutería y mercería “Del Amo”, con establecimiento dedicado a la venta de “tejidos, confecciones y novedades” en la misma calle.

          En los aledaños del Collado se articulaba una red de establecimientos configurada por la imprenta y lotería Morales, en la calle Aguirre; la tienda de ultramarinos “Los tres arcos”, en el edifico contiguo, que tenía otro establecimiento del mismo nombre en la plaza del Salvador esquina con la calle Campo, o el “acreditado” bar Tolo, el “preferido por los deportistas”, en la plaza de San Blas y el Rosel, conocida como de la tarta. Al final del Collado, en Marqués del Vadillo, la farmacia de Martínez Borque; el comercio de paquetería, confecciones y jabones denominado “Mi tienda”, que ofrecía “un inmenso surtido en artículos de caballero”; el de calefacción, fontanería y vidrios de Alejandro del Amo (“la casa más antigua establecida en Soria”); el comercio de tejidos del Sobrino de Samuel Redondo, cuya casa central la tenía en Sevilla, y así constaba en los anuncios publicitarios; y el café-bar Talibesay con fachada a la plaza del chupete. En la contigua plaza de Herradores, la tradicional óptica Casa Vicén Vila; la droguería Patria –“casa muy conocida”-; las tiendas de ultramarinos de Manuel Ruiz especializada en “quesos, mantecas y embutidos” y de los sucesores de Juan Jiménez Benito (en la época, el Anastasio) y el café-bar Imperial. En tanto que en la contigua calle Numancia el comercio de Adolfo Sainz ofrecía “las calidades más supremas en mantas y pañería, como lo acredita la creciente preferencia del público desde el año 1850”, y algo más arriba “El pedal soriano”, un establecimiento dedicado a la venta de bicicletas, accesorios y reparaciones.

En fin, aunque por obvio y puede que también por repetitivo, acaso no esté de más dejar constancia de que como fácilmente podrá suponerse el que en el lenguaje moderno se conoce como tejido comercial de la ciudad era, sin salirnos del argot, bastante más tupido. Porque las firmas comerciales citadas eran las que con más frecuencia se publicitaban y aparecieron en un momento concreto en una revista determinada, que en su época fue referencia pero que todavía hoy los estudiosos y quienes sienten curiosidad por conocer y profundizar en las cosas de aquella Soria de la posguerra la siguen teniendo como elemento de trabajo, pues no en balde se trata de un documento de indudable valor que contribuye a conocer mejor la realidad actual.