EL OLMO DE MACHADO

Ediciones García Garrabella, postal, archivo Fe Hernández

La iglesia de Nuestra Señora del Espino con el legendario olmo a la derecha (Colección Joaquín Alcalde)

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La alcaldesa socialista Eloísa Álvarez y el Tripartito (PSOE, IU, ASI) que presidió cerraban la legislatura 1999-2003 con un detalle aparentemente menor pero cargado de un fuerte simbolismo. El deterioro con riesgo de desprendimiento del conocido como centenario Olmo de Machado, junto a la iglesia de El Espino, llevó al Ayuntamiento a realizar en los últimos días del mes de mayo de 2003 una intervención que consistió en una nueva cimentación, la colocación de un varillaje interior y el recubrimiento a base de fibra de vidrio además de la construcción de drenajes y respiraderos en el interior para la salidas de aguas, lo que permitió que al final de los trabajos el olmo se encontrara totalmente anclado. El entorno se protegía con una barandilla obra del herrero del pueblo de Oteruelos, Isidoro Sáenz, y se colocaba un atril de hierro, del mismo autor. Al mismo tiempo, se tomaba la decisión de plantar junto al repetido olmo otro de seis años, procedente de Guadalajara, que permitiera mantener vivo el recuerdo del poeta, lo que ocurría el 23 de mayo de 2003.

Sobre la ubicación exacta del Olmo de Machado se ha escrito mucho y las opiniones han venido siendo tradicionalmente divergentes. Lo último, lo contó y publicó el pintor soriano, Rafael de la Rosa, en el ya lejano marzo de 2003, cuando trascendió la noticia del lamentable estado de deterioro en que se encontraba el Olmo del Espino, y dijo que dos o tres años antes de iniciar en 1987 su exposición en homenaje al gran poeta universal recorrió infinidad de parajes y sostuvo multitud de entrevistas con personas mayores que le pudieran situar en los lugares exactos que inspiraron al poeta hasta que un grupo significativo que frecuentaba el Círculo de la Amistad coincidió en que cuando Antonio Machado hablaba del “olmo viejo hendido por el rayo…” se estaba refiriendo a uno quemado que estaba al final de una hilera de olmos en el paraje de Los Cuatro Vientos, junto a la ermita del Mirón, y que el que nos ocupa se encontraba al final del paseo, mirando al Duero. Nadie –recordó Rafael de la Rosa- le habló del árbol de El Espino, que él conocía de sobra por haber vivido su niñez en la zona de la Diputación Provincial y la calle Caballeros. Y abundaba en que siendo él muy niño un señor llamado [Frutos] Barral, con melena y pelo blanco, de oficio marmolista que tenía su taller frente al olmo de El Espino y escribía poesías, había tomado la costumbre de leer todos los años en la fecha del aniversario de la muerte del poeta el poema del olmo y otros, rutina que con el paso de los años fue adquiriendo notoriedad hasta el punto de que hubo un momento en que al recital acudían representantes políticos convirtiéndose en una referencia, aunque según el estudioso Alberto Arribas existen otras versiones acerca de este hábito que lo sitúan al poco tiempo de abandonar Antonio Machado la ciudad cuando un grupo de amigos que coincidían visitando la tumba de Leonor, quisieron homenajear al poeta leyendo sus versos a las sombra del roble ya entonces enfermo.

Pero sin apartarnos de la ubicación del tan traído y llevado Olmo, otros autores, sin embargo, sitúan  en la ribera del río, aguas arriba del puente de piedra, tomando omo base la fotografía que publicó en su número 1 la revista El Duero el 30 de noviembre de 1913 junto con el poema “A un Olmo seco”.