LA PLAZA DE EL SALVADOR

La plaza de El Salvador con el hospitalillo en primer término, en una imagen de los años sesenta del siglo pasado (archivo Joaquín Alcalde)

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La Plaza de El Salvador ha sufrido al cabo del tiempo una profunda renovación tanto en la faceta comercial como, sobre todo, en la estética.

Habría que rebobinar y hacer un poco de historia para aproximarse a la evolución de la zona. Si se accede al lugar desde la Plaza de Herradores, es decir, a través del angosto callejón de El Salvador, lo primero que se encontraba uno era, en la mano derecha, la tienda de ultramarinos del Anastasio, hoy un bar más de los muchos que proliferan en el entorno, que prolongaba su fachada hasta bien entrado el pasadizo, seguida de un taller de reparación de calzado, un zapatero remendón, en cuyo hueco está ubicado un bazar, y de un almacén de droguería, que al menos exteriormente no presenta un cambio de uso sustancial. Por la izquierda, la tienda de muebles de la Viuda de Claudio Alcalde, con fachada a las dos calles, cuyos locales están dedicados ahora a otros negocios.

Y ya en la plaza, siempre en el lado de la derecha, la vieja iglesia románica de El Salvador cuyo derribo, a finales de los años sesenta del siglo pasado, afectó incluso a la primera casa de la calla Santa María, donde vivía el sacristán del templo, y por detrás del edificio religioso, en la calle Numancia, a la casa parroquial, asimismo derruida para embellecer el entorno.

El derribo del templo viejo y la construcción de la vanguardista edificación que se levantó en su lugar fue el punto de partida de la profunda remodelación que iba a acometerse. Aunque la novedosa línea del edificio religioso, una decisión, sin duda, arriesgada en la época, no pudo librarse de la crítica, que en el momento la consideró un atrevimiento. Por el contrario, nadie ha puesto jamás en cuestión que no fue ese sino el primer paso y, desde luego, el más importante para remozar un área demasiado deteriorada y comenzara a cambiar la cara de la zona hasta presentar el que tiene en la actualidad. Nos referimos al hospitalillo, un centro asistencial que hasta su derribo estuvo funcionando como albergue de transeúntes al que solían acudir los vagabundos e indigentes que llegaban a la ciudad y no tenían techo bajo el que cobijarse.

La demolición del entrañable inmueble comenzó por llevarse asimismo por delante la modesta edificación adosada a la iglesia con la que lindaba por la fachada del saliente; era de arquitectura modesta pero no por ello menos acorde con el entorno y, en definitiva, muy soriana.

Al desaparecer el establecimiento, idéntica suerte corrió la fuente pública que había al lado a la que aquellos años todavía se iba a coger agua para el consumo doméstico. Del templo quedó poco pero del hospitalillo y de la fuente tan sólo el testimonio para el recuerdo de alguna que otra fotografía, no muchas lamentablemente, que tampoco es que proliferen.

Y al derribo de la iglesia y de la edificación aneja le siguieron prácticamente sin solución de continuidad varios de los edificios de enfrente, alguno en bastante mal estado de conservación, y otros próximos a la aledaña calle de Santa María, que vinieron a aportar la nota de modernidad que pedía a gritos la zona.

En fin, cruzada la calle de Santa María se encontraba el viejo caserón en el que hizo historia el antiguo, y no menos prestigioso en una etapa importante de la Soria de antaño, Parador del Ferial, reconvertido más tarde, con dueños diferentes, en una fonda, parte de cuyos bajos se destinaba temporalmente a local de cuadrilla y en otra funcionó un taller de imprenta. El mismo local que posteriormente pasó a explotarse como bar, el Alcázar, el que terminó por dar nombre a la manzana en la época moderna y a servir como referencia del entorno. Y en la misma acera, pegada a aquel inmenso caserón destartalado donde los hubiera, un edificio contiguo, con menos pretensiones pero puede que más funcional que se diría hoy, en el que en los tiempos del racionamiento estuvo instalada la sucursal de la tienda de ultramarinos Los Tres Arcos, toda una institución del comercio tradicional, y más tarde una agencia de viajes, la que había en el momento del derribo.

Si se continúa el itinerario, cruzando a la acera de enfrente, es decir a la esquina de la calle del Ferial, la actividad que se desarrolla en los establecimientos que actualmente se encuentran abiertos ha sido objeto también de una reconversión prácticamente total. Del edificio de la taberna del Rangil, con doble fachada a la plaza de El Salvador y a la calle Ferial, hace años que no queda más que el solar. El antiguo horno de pan de los hermanos Comas fue reconvertido en bodega, la de los Lázaro. Y la pequeña taberna de al lado, «La cabaña», pasó a ser una frutería.

Porque el inmueble contiguo, posiblemente el menos deteriorado de la zona, destinado en tiempos casi en su totalidad a viviendas familiares, hoy es, salvo la planta con acceso directo desde la calle, un moderno edificio de oficinas, despachos y estudios de profesionales, en el que no faltan un establecimiento de hostelería –El Fogón de El Salvador- y una tienda de cerámicas en los bajos que representa, en versión actual, la continuidad de la que tuvo en ese mismo lugar el señor Diego Nieto destinada a la venta de materiales para la construcción.