… LA NOCHEBUENA SE VA

Belén gigante instalado en la fachada de la Diputación Provincial tomada el 5 de enero de 1963 (Julián de la Llana)

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La última noche del año, la de San Silvestre, es posiblemente la que más se ha visto afectada por los nuevos hábitos adquiridos por la sociedad. En los años cuarenta y cincuenta la Nochevieja ya se celebraba en la calle pero no de manera tan multitudinaria como ahora, aunque la costumbre de tomar las uvas en la Plaza Mayor nunca estuvo arraigada en la sociedad soriana. El hábito era, como en Nochebuena, cenar en familia, y luego a la misa de gallo los menos- o al baile en cualquiera de los casinos, a los que en alguna ocasión hubo que añadir el propio del Club Deportivo Numancia, que también tuvo el suyo, y el que programaba la empresa del Teatro Cine Avenida para despedir el año. El día de Año Nuevo era uno más de fiesta, sin ninguna celebración especial, a no ser que hubiera partido del Numancia en el viejo San Andrés. Se comía también en casa. Pero vamos, las navidades excepto para los más pequeños podían darse por concluidas, a falta del baile de la noche de Reyes.

De modo que la cabalgata de Reyes era el único acto popular propiamente dicho. Pero no todos los años había. La organización y su desarrollo respondían básicamente a criterios muy semejantes sino idénticos a los de hoy. La montaba el Frente de Juventudes y eran sus jefecillos y afiliados los que encarnaban las figuras de los Magos, aunque la realidad era tozuda y hasta los más niños terminaban sabiendo aquella misma tarde quiénes eran los que encarnaban  a los Reyes y, por supuesto, toda su corte.

El desfile de la cabalgata arrancaba en los Cocherones de Obras Públicas, aquella vieja y cochambrosa edificación que había en el solar en que se encuentra la Estación de Autobuses, en el punto más alejado del centro urbano, lugar ciertamente aparente por lo espacioso para esta finalidad, que por unas horas se convertía en residencia “Real”.

Desde allí, enfilaba la avenida de Valladolid abajo hasta la plaza de Mariano Granados, continuaba por Marqués del Vadillo y el Collado para llegar al Palacio de la Diputación Provincial donde Sus Majestades recibían a los niños de Soria, en tiempos en que la casa consistorial no reunía condiciones. En todo caso, la verdadera recepción tenía lugar la mañana del día de Reyes, en la que cada crío que recibían los Magos salía de allí más contento que unas pascuas con el juguete que le entregaban personalmente los enviados reales, pues solía darse el caso, desgraciadamente frecuente, de que por su casa hubieran pasado de largo. Aunque para asistir a la recepción y tener derecho al juguete había que proveerse previamente del vale o tarjeta que se facilitaba gratuitamente en las oficinas de la Falange o de algún otro organismo del Movimiento, acaso Auxilio Social, que estaban casi al final de la calle Numancia, en la parte más alta junto a la plazuela de La Blanca, que es lo que había que presentar para recibir el obsequio. En años de penurias y escasez, las colas que se formaban para retirar el regalo –se repartían más de dos mil, “regalados por el Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento”, según el oficialismo de la época- eran enormes, llegando a alcanzar varios centenares de metros. De ahí, que la recepción llegara a celebrarse en alguna ocasión en el desaparecido cine Ideal y la mayoría de las veces en el hogar del Frente de Juventudes de la planta baja del Palacio de los Condes de Gómara, que resultaba más idóneo para evitar que la aglomeración que se producía cada seis de enero no tuviera mayores consecuencias y pudiera derivar en un caos.

La cabalgata, en fin, por qué ocultarlo, no estaba nada mal, o al menos esa es la impresión que quedó, al contrario satisfacía con creces la ilusión de chicos y por qué no también de los grandes en tiempos en que no podía verse por televisión porque no había, y los aparatos de radio escaseaban.

Y aunque quizá pueda resultar paradójico, en tiempos en que todavía funcionaba el ferrocarril, los Reyes pocas veces llegaron a Soria en tren. Y cuando así ocurrió, ya en la recta que condujo a su desaparición, fue cubriendo el trayecto entre la Venta de Valcorba, en las proximidades del matadero municipal a la salida hacia Zaragoza, y la estación del Cañuelo. La costumbre más reciente era hacerlo a caballo, que no dejaba de ser un lujo. Algo, por otra parte, relativamente de lo más natural cuando coincidió con la época en que hubo guarnición aquí.