EL SANTERO DE SAN SATURIO: DE ERMITAÑO A EMPLEADO PÚBLICO

Cipriano Lozano, el último santero de San Saturio, ante el sepulcro del Santo en la cueva.

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La ermita de San Saturio es uno de los principales reclamos con que cuenta la oferta turística de la ciudad y el Santero una especie de mito viviente, especialmente recordado estos días previos  (la novena comienza hoy 24 de septiembre) a la solemnidad del 2 de octubre, el día grande del Patrón y de la Ciudad.

El santero de San Saturio era sencillamente el Santero. No hacía falta decir más ni preguntar nada pues en la ciudad todo el mundo estaba al cabo de la calle para saber de quién se estaba hablando. El Santero vivía en la ermita de la que rara vez se ausentaba a no ser para visitar de manera regular con su inseparable hucha, de la que hablaremos más adelante,  por la totalidad de las casas abiertas y visitar comercio por comercio pidiendo el óbolo voluntario de los sorianos para contribuir al mantenimiento del santuario. Pero llegó un momento en que la ciudad creció y las obligaciones del Santero fueron mayores de tal manera que le resultaba de suyo más difícil hacer el habitual recorrido domiciliario; fue entonces cuando contó con un ayudante, una de cuyas funciones era la de encargarse de pasar el cepillo, aquella hucha en forma de caja de madera con la imagen del santo en el frontal en la que los devotos y fieles depositaban su limosna, por más que la figura del auxiliar, asistente o como se le quiera llamar, que también se encontraba regulada. Se estaba asistiendo, en cualquier caso, al inicio, sin posibilidad de vuelta atrás, de la crisis de vocaciones de los santeros, que algunos años después sería irreparable. Pues como se ha dicho, el Santero hacía vida de ermitaño pero mantener su estatus resultaba cada día más difícil.

El Santero era, por encima de todo, un tipo singular, eso sí muy querido y respetado por los sorianos. Un icono del misticismo de aquella Soria provinciana que tenía como eje de su identidad las fiestas de San Juan y la devoción y el culto a San Saturio. Los santeros que conocieron sucesivas generaciones llevaban barba, se vestían con sayal y en la mayoría se quería ver, no sin una buena dosis de ilusión, cierto parecido físico con el Santo a cuyas celebraciones no faltaba. El Santero, en fin, estaba identificado con la ciudad y sus gentes.

El último Santero, que ejerció como tal en San Saturio, fue Cipriano Lozano Lara luego de su experiencia en una orden monacal de la provincia. Estuvo en la ermita entre 1981 y 1994. Fue el último que hizo vida de ermitaño, aunque con alguna restricción, y vistió el sayal. Desde entonces, la vigilancia y cuidado de la ermita corre a cargo de un funcionario municipal. El actual, conocedor como pocos de la historia del Santo y de la ciudad, ya lleva tiempo.