EL DÍA DE LA FIESTA NACIONAL

Barriada de Yagüe. Vista parcial. (2)

El obispo de la diócesis, Saturnino Rubio Montiel, en el acto de bendición de la primeras piedra de la Barriada de Yagüe el 18 de julio de 1949, flanqueado por el Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento, Jesús Posada Cacho, y el Delegado Provincial de Sindicatos, Eusebio Fernández de Velasco (archivo Joaquín Alcalde)

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Ayer fue 18 de julio. En otros tiempos día de la Fiesta Nacional de España. La fecha, por antonomasia del Régimen, conmemorativa del aniversario del Alzamiento Nacional.

Antaño, la actividad de la jornada era de vértigo. Se inauguraban las realizaciones más relevantes del Movimiento y se colocaban primeras piedras al estilo de ahora. Y no solo este día sino también los inmediatos anteriores o posteriores, porque, como simples ejemplos, un 16 de julio, todavía en el Régimen anterior, se anunció la construcción de la Residencia de la Seguridad Social después de bastantes años de estar pidiéndola por activa y por pasiva los agentes sociales. Un 17 de julio, bastante antes, fueron inauguradas las instalaciones del Soto Playa con un amplio y variado programa de actividades populares. Y por no cansar, un 19 de julio, a comienzos de los setenta, la Delegada Nacional de la Sección Femenina, Pilar Primo de Rivera, vino a inaugurar el campamento de Las Cabañas, junto al embalse de la Cuerda del Pozo.

La mayor actividad del Dieciocho de Julio, asimismo Fiesta de la Exaltación del Trabajo, se desplegaba en la capital. Era habitual la entrega de las llaves de viviendas protegidas; se colocaban las ya dichas primeras piedras; solía celebrarse un desfile militar mientras hubo guarnición en la ciudad, o en su defecto de las centurias del Frente de Juventudes, y no faltaban pruebas deportivas, que organizaba la Obra Sindical Educación y Descanso, del sindicato vertical, para los “productores”.

En la provincia la jornada discurría de forma muy semejante, aunque centrada en las nuevas o remodeladas casas consistoriales, abastecimientos de agua, luz eléctrica, fuentes, cementerios, lavaderos y escuelas entre otras muchas. Además de la concesión de condecoraciones para reconocer los servicios prestados a la provincia a través del Movimiento Nacional a alcaldes, presidentes de la Diputación, procuradores en Cortes, y todo tipo de personajes de la vida pública del momento incluidos los de los sectores sociales y económicos, y en menor medida del mundo de la cultura, que en la práctica se limitaba a la que dimanaba del aparato.

Algunos casos más entre otros muchos. Un Dieciocho de Julio, de final de los años cuarenta, comenzaron las obras de construcción de la Barriada de Yagüe. Otro, al inicio de la década de los cincuenta, se puso la primera piedra de la que en su origen fue Casa Sindical y hoy sede de los sindicatos UGT y CC. OO. y de la patronal FOES en la calle Vicente Tutor, y se entregaron viviendas en la Barriada de Yagüe, protocolo este último que con rigurosa precisión estuvo repitiéndose varios años ese mismo día hasta que se completó el proyecto.

Una excepción en esto de las inauguraciones, por extraña que pueda resultar, la supuso el desaparecido monumento al General [Juan] Yagüe en la entrañable plaza del Chupete, que hubo que levantar previamente para erigir el monolito. La historia es muy simple y acaso desconocida por muchos. En el mes de enero de 1953 se anunció el comienzo de la campaña pro monumento al marqués de San Leonardo de Yagüe. O lo que es lo mismo, se inició una colecta popular para construir la obra, que se realizó mediante aportaciones de los ciudadanos, cuya relación se tenía el buen cuidado de publicar de manera regular en la prensa, más bien en el único periódico que se publicaba, el oficialista Campo Soriano. Puede que por la envergadura del proyecto, acaso también porque la construcción se estaba dilatando más de la cuenta o quizá por ambas cosas a la vez, si es que no hubo alguna razón desconocida, el hecho cierto es que en los últimos meses se estuvo trabajando día y noche –sí, con luz eléctrica- para tenerlo a punto, es de suponer que para una fecha concreta –el 18 de julio- y poder inaugurar la obra. Nada más lejos de la realidad. Pues la inauguración no sólo no se llevó a cabo sino que casi cincuenta años después, cuando fue retirado el monolito, el estreno seguía sin producirse.

 

FESTIVALES DE VERANO

Concierto Orfeón de Navarra en San Juan de Duero (2)

El Orfeón de Navarra actuando en los claustros de San Juan de Duero durante uno de los primeros Festivales de Verano (Archivo Histórico Provincial)

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Hoy, en tiempos de modernidad y de democracia, la cultura se entiende de manera diferente.

Antaño no, los ciudadanos de a pie no tenían la posibilidad de acceder y por ende disfrutar del tipo de cultura popular al que asistimos ahora. En aquella Soria provinciana de los años cuarenta y cincuenta tan sólo de tarde en tarde solía programarse alguna representación, a modo de espectáculo de variedades, por grupos aficionados de Educación y Descanso del Sindicato Vertical, y no faltaba de vez en cuando algún que otro «Festival de Coros y Danzas» de los de la Sección Femenina.

En estas se estaba cuando alguien tuvo un empeño especial desde el oficialismo imperante en que la capital se incorporase al circuito de los Festivales de Verano que acababa de poner en marcha el ministerio de Información y Turismo. Una programación de calidad, nadie lo dudaba, pero con unas exigencias económicas importantes para un ayuntamiento con pocos recursos como el de Soria. El ministerio era el que programaba y contrataba las actuaciones y el municipio el que tenía que pagarlas.

Hubo, si se puede llamar así, debate -acaso interesado- en la calle, al menos en los cenáculos de la época, pero al final la corporación que presidía el alcalde Eusebio Fernández de Velasco, presionada desde arriba, no tuvo más remedio que claudicar e incorporar a Soria a la red de Festivales aún consciente de la sangría que suponía para el erario municipal.

Pero resuelto el problema principal había que solucionar el del recinto. La plaza de toros no era el marco ideal y por lo que fuera el viejo teatro Avenida se desechó, que eran los que podían acoger las actuaciones. De modo que se optó por habilitar, con mucho gusto por cierto, los arcos de San Juan de Duero, donde se desarrollaron las primeras ediciones de los Festivales. La afluencia de público, aun siendo importante para la Soria de entonces, no fue suficiente. Se trataba de actuaciones dirigidas a un público muy concreto a cargo de orquestas de cámara y sinfónicas y agrupaciones corales de música clásica, que tenían lugar después de cenar, a orillas del río. No era desde luego el mejor reclamo para garantizar un ambiente adecuado fundamentalmente por la frialdad de las noches de verano sorianas junto al Duero.

Salvado pues el escollo inicial de poner en marcha los Festivales, lo demás resultó más sencillo. Con la idea, más bien exigencia, de que la ciudad no se quedara al margen del programa de Información y Turismo de los ya llamados pomposamente Festivales de España se decidió trasladar el escenario de las representaciones para fomentar la asistencia del público y hacerlas rentables o siquiera menos onerosas. El lugar elegido fue la Huerta de San Francisco, donde están la Biblioteca Pública y el Polideportivo de la Juventud.

En la Huerta de San Francisco, la cosa funcionó bastante mejor. El recinto, que no pillaba tan a desmano, se adecuó con sobriedad y al mismo tiempo con gusto y, lo que es más importante, la destemplanza de San Juan de Duero por la cercanía del río dejó de ser motivo de preocupación. Además se amplió la oferta incorporando al programa obras de teatro clásico, que no ofrecía la única sala comercial que funcionaba en la ciudad. De todos modos los Festivales de España -los sorianos siempre los llamaron de Verano- siguieron sin suscitar un interés especial, y como no llegaron a calar, la lógica natural aconsejó que lo mejor era olvidarse de lo que tenía más de acontecimiento social –que lo era- que de otra cosa.

CURSOS DE VERANO

Tertulia en el orejas en la Dehesa

Tertulia en  la conocida como terrazas del «orejas» con Julián Marías en el centro; a su derecha, su mujer, Lolita Franco; y a su izquierda Heliodoro Carpintero y Ricardo de Apraiz (colección de Joaquín Alcalde)

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Ahora se lleva mucho lo de los cursos o universidades de verano. Soria no es una excepción. Durante muchos años la pauta la estuvo marcando la Casa de Cultura que desarrollaba una actividad frenética con una densa programación regular ante la falta de una oferta lo suficientemente atractiva.

No obstante, en medio de aquel dinamismo rutinario se desarrollaba en Soria un programa verdaderamente atractivo y novedoso, que no era otro que el Curso de Estudios Hispánicos, o lo que es lo mismo, lo más parecido a los actuales Cursos de Verano. La organización corría de cuenta del Centro de Estudios Sorianos pero en el fondo resaltaba, entre todas, la figura del filósofo Julián Marías, que aquella época pasaba los veranos en Soria con su familia.

Los Cursos Internacionales de Verano se celebraron seis años, entre 1972 y 1977, pero tuvieron su germen en 1970, al cumplirse el aniversario de la muerte de los hermanos Bécquer, recordó José Antonio Pérez Rioja, director de la Casa de Cultura y secretario de los Cursos, curiosamente tras la clausura de la última de las ediciones celebradas.

El filósofo Julián Marías recordaba estos Cursos con frecuencia. “Desde 1972 hasta 1977 –decía- dirigí unos extraños Cursos de Estudios Hispánicos en Soria. Luego se verá por qué los llamo “extraños”, añadía. “Heliodoro Carpintero, José Antonio Pérez-Rioja y otros amigos me propusieron organizar en verano un curso al que se admitirían españoles y extranjeros. Todo privado, modestísimo, de pequeño volumen. Otros amigos, D. Clemente Sáenz y sus hijos, Pepe Tudela y Teógenes Ortego, sintieron entusiasmo por la idea. Nos lanzamos a ello resueltamente. Los cursos- siguiendo a Julián Marías- se daban en la Casa de Cultura, muy bien instalada sobre la Dehesa; tenía aulas, una estimable biblioteca y un magnífico salón de conferencias”.

Las clases tenían lugar por la mañana todos los días laborales de la semana, excepto los sábados, que los dedicaban a realizar excursiones a la provincia y, en algunos casos, fuera de ella. Pero lo más importante eran las tertulias, porque al término de la jornada matinal estudiantes y profesores se reunían en la Dehesa, “a tomar una cerveza, un vino o un café”; y lo mismo “a la hora del café”, en la que se hablaba de todo.

En el transcurso de aquellos seis años estuvieron pasando por los Cursos Internacionales de Verano estudiantes franceses, ingleses, norteamericanos, algún danés, varios holandeses, pero sobre todo suecos, además de una larga nómina de intelectuales de la talla de Enrique Lafuente Ferrari, Rafael Lapesa, Manuel de Terán, Carmen Martín Gaite, Pedro Laín Entralgo, Fernando Chueca Goitia y Miguel Delibes –entre otros-, que curiosamente fue la figura invitada de la última edición celebrada.

Sin embargo no fueron únicamente los Cursos de Estudios Hispánicos los que tenían lugar en Soria durante los meses de verano de la época porque simultáneamente comenzaron a impartirse otros organizados por el Instituto de Verano de la Universidad del Norte de Iowa. En este caso los responsables de la organización eran el catedrático y profesor de la universidad norteamericana, Adolfo Franco, un exiliado cubano; el igualmente catedrático de literatura y director del Instituto Castilla, Félix Herrero, además del también catedrático y director del Instituto Antonio Machado, el profesor Octavio Nieto, pues en sus instalaciones, y en concreto en el aula que lleva por nombre el del poeta de la generación del 98, tenían lugar las sesiones lectivas, aunque más tarde y por dificultades sobrevenidas tuvieron que trasladarlos al Colegio Menor [el de los chicos] y con posterioridad a la Delegación de Cultura en la calle Campo hasta que mediada la década de los noventa terminaron en la universidad de Santiago de Compostela, porque allí “les ofrecieron todo” recordaba con amargura algún tiempo después Félix Herrero, uno de los responsables.

La elección de Soria no fue casual. Se quería una ciudad que no fuese grande y en la que, por supuesto, se hablase un castellano puro; como tampoco se decidió de manera aleatoria el Instituto Antonio Machado, manifestó reiteradamente el profesor Franco. Todo ello para que los asistentes, profesores de español en los Estados Unidos, pudieran mejorar sus conocimientos y enriquecer el aula de sus estudiantes la Universidad del Norte de Iowa.

De manera que durante bastantes años –desde mediados de junio hasta finales del mes de julio- se estuvieron impartiendo las clases lectivas, que en realidad eran una convivencia entre alumnos, profesores y gente de la calle pues además de vivir con familias sorianas realizaban excursiones a la provincia, que conocieron palmo a palmo, convocaban a personalidades de los diferentes ámbitos de la sociedad soriana en el espacio llamado “Debate”, del que sin duda por su singularidad se recuerda especialmente la mañana en la que ante el asombro de todos se presentó en el aula el torero soriano José Luis Palomar con todos los útiles de torear, vestido con el traje de luces, sin que faltara la acostumbrada excursión a la Laguna Negra y la velada del Monte de las Ánimas a las doce de la noche de uno de los últimos días de cada mes de julio, citas que terminaron oficializándose.

LA COSTUMBRE DE «IR DE CAMPO»

La Sequilla. AHPSo 5342

Paraje de la Sequilla con la central eléctrica, que quedó anegada a mediados de los años sesenta por el embalse de Los Rábanos (Archivo Histórico Provincial)

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Para los sorianos, las fiestas de San Juan, siempre han marcado un antes y un después. En tiempos, mucho más que hoy, el “martes a escuela” venía a suponer de hecho el arranque de la temporada estival y la ciudad parecía desperezarse del letargo invernal. De ahí que en verano, «ir de campo» fuera durante muchos años una expresión de lo más corriente en el lenguaje coloquial de la sociedad soriana de la posguerra.

Siendo como era la jornada laboral bastante más larga que la de hoy, sin fines de semana ni cosa que se le pareciera, pues los sábados por la tarde eran hábiles e incluso algunos establecimientos del ramo de la alimentación abrían los domingos por la mañana, el asueto quedaba reducido a los domingos y «fiestas de guardar», que sí que se respetaban. Y se aprovechaban para «ir de campo».

Al campo iban grupos de amigos, normalmente solo de hombres ya adultos, pues rara vez les solían acompañar mujeres y, desde luego, nunca estas solas, pero sobre todo familias y en fechas tan señaladas como el dieciocho de julio (día de la Fiesta Nacional) y alguna otra, por ejemplo, los dueños de los comercios y de las pequeñas empresas con sus asalariados, a los que tenían por costumbre invitar coincidiendo con el abono de la paga extraordinaria establecida por el Régimen.

Aquellos años los desplazamientos para pasar un día de campo eran bastante más cortos. Lo habitual era bajar al Perejinal o al Soto Playa, antes de la remodelación que llevó a cabo la Obra Sindical Educación y Descanso, hasta que con el paso del tiempo y por la inutilidad de la instalación, derivó en el estado ruinoso que hemos conocido hasta hace unos meses, si es que no se quería salir de la ciudad.

El Perejinal, con algunas zonas de baño en su entorno, como el Peñón y Peñamala, entre otras, era muy visitado; contaba además con el aliciente añadido de estar garantizada la captura, a mano, de los riquísimos cangrejos con que aderezar la obligada paella dominguera.

El Soto Playa, algo más cerca de la ciudad, siempre tuvo el inconveniente de la cloaca existente unos metros aguas arriba del puente de hierro, donde hasta no hace muchos años se ha podido constatar la presencia de pescadores en busca de cebo en época de la desveda.

La construcción de la presa del embalse de Los Rábanos terminó con uno de los parajes más entrañables del Duero a su paso por Soria, convirtiendo la zona de baño en un foco de porquería, sin que la depuradora construida años más tarde en las inmediaciones de La Rumba, cuyas bondades quiso vender la Administración desde un oficialismo caduco, viniera a resolver un problema que sigue estando ahí y no tiene visos de solución a corto ni siquiera a medio plazo.

Fuera de la ciudad, Maltoso y La Sequilla, aguas abajo del Duero, en las proximidades de Valhondo, eran otros de los lugares elegidos por los sorianos para sus excursiones domingueras y festivas del verano. El desplazamiento sobre todo a La Sequilla era más largo pero contaba con el encanto especial del río y la presa de la central eléctrica y, sobre todo, con sus escarpados alrededores, muy atractivos para romper con la rutina diaria.

Y, ya, sin otra solución que hacer uso del transporte público, era frecuente «ir de campo» a Garray o Martialay. Si el lugar elegido era el primero, lo normal era hacer el viaje de ida en el autobús que hacía el servicio regular entre Soria y Calahorra, que salía hacia las diez y media de la mañana, y la vuelta andando por el camino romano, ante la imposibilidad de combinar la hora de regreso con la del coche de línea que lo hacía a media tarde.

En la localidad garreña el lugar elegido era la pradera existente aguas abajo del puente en la mismísima falda del cerro de La Muela, donde tampoco entrañaba demasiada dificultad la captura a mano de algunos de los abundantes cangrejos autóctonos que poblaban los ríos que discurren por el término municipal, sobre todo el Merdancho.

Para ir a Martialay había que tomar el tren. El que iba a Calatayud. Solían viajar en él, además de los ocasionales domingueros, cargados de mil cosas, grupos de cazadores que en la época de la desveda de la codorniz acudían al Campo de Gómara y a pueblos de más allá incluso. Salía de Soria no mucho más tarde de las seis de la mañana. De manera que en media hora se estaba en el lugar de destino y con todo el día por delante, había tiempo para poner unas varetas con liga para los pájaros y realizar las más variadas actividades que ayudaban a hacer amena la jornada. El regreso se hacía también en tren, en él volvían los cazadores contando con el detalle y la fantasía de siempre las peripecias del día. Alrededor de las diez de la noche, el tren estaba en el andén de la estación después de haber pasado una jornada inolvidable

MARTES A ESCUELA

Procesión Lunes de Bailas

Procesión del Lunes de Bailas de la cuadrilla de La Blanca en la calle Campo (Colección Joaquín Alcalde)

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Las Fiestas de San Juan de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Soria, según reza el lema de la Ciudad, han sufrido, como hemos visto recientemente, modificaciones sustanciales que las hacen irreconocibles.

Todo el mundo se refugia en los tan manidos usos y costumbres, término que no falta en el léxico de lo soriano pero que por sorprendente que pueda parecer, nadie ha sido capaz de acertar con su verdadero sentido; es más, ni tan siquiera distinguir lo que es una cosa y la otra, y no porque no se hayan ofrecido, a veces sin el menor recato y carentes de rigor, ni se sabe cuántas interpretaciones cual si se tratara de una lección magistral sanjuanera.

Pues bien. La evolución de la sociedad, la inhibición de los propios sorianos y desde luego y en buena medida el escaso cuando no nulo interés de los tantos y tantos políticos que en el transcurso de los años han desfilado por la Casa Consistorial de los Doce Linajes por abordar el problema de fondo y dar la solución adecuada a un problema de por sí complejo que hace años se escapó a todos de las manos, ha derivado en la situación actual, es decir, en precisamente todo lo contrario de lo que supone evolución y adaptación a la realidad del momento.

Y la mal llamada evolución ha terminado por salpicar con estrépito, hasta prostituirlos, conceptos básicos que en muchos casos se aprendieron antes o al tiempo que las primeras letras, gracias al cancionero del que dotaron a unas fiestas hasta entonces huérfanas de folklore propio, el Inspector de Trabajo Jesús Hernández de la Iglesia y el músico Francisco García Muñoz.

Es el caso del Martes a escuela, que se traduce hoy como la vuelta a la realidad de lo cotidiano tras cinco días de juerga, diversión, jolgorio y en muchos casos desenfreno, y el añadido de la tarde/noche del miércoles con el postizo del Pregón y la Cena de Gala que ofrece el ayuntamiento a los jurados, que por cierto no llega a encontrar acomodo definitivo tras los sucesivos y reiterados intentos de dar contenido a algo totalmente artificial que nació en la etapa más dura del Régimen de Franco por iniciativa de quien le representaba en la provincia, el infausto Gobernador Civil Luís López Pando, un militar –coronel- de profesión, duro donde los hubiera, y el asesoramiento de los caciques próximos a él.

En efecto, en el año 1946, Jesús Hernández de la Iglesia, el autor de la letra de las canciones compuso la titulada ¡Adiós San Juan!, a la que Francisco García Muñoz le puso música de pasodoble. Canción que concluía con el tan famoso ¡Martes a escuela!, con los signos de admiración.

Por aquel entonces ninguno de los días era festivo. Abrían las fábricas, los talleres, los bancos y las oficinas, y desde luego el comercio. Mejor dicho, únicamente se cerraba el Domingo de Calderas por razones obvias, y el día 29, San Pedro Apóstol, fiesta religiosa de carácter oficial, cuando coincidía con el Viernes de Toros, Sábado Agés o Lunes de Bailas; incluso el Jueves La Saca se celebraba el tradicional mercado semanal, primero en el Ferial y más tarde a medida que las exigencias urbanísticas lo fueron imponiendo, en el alto de Las Pedrizas, en las inmediaciones de las eras de Santa Bárbara, donde necesariamente coincidían los vendedores y compradores de los cochinos y los que acudían allí para ver la traída de los toros y su llegada a la plaza con todo tipo de anécdotas fácilmente imaginables. Los chicos, eso sí, no iban, no íbamos, a la escuela, pero tenían, teníamos, que volver al día siguiente de terminar las fiestas, es decir, el martes, porque las vacaciones las comenzaban, comenzábamos, unas fechas más tarde, bien entrado ya el mes de julio. Puede que a partir del día quince, y cierto que durante estos últimos días las clases eran únicamente por la mañana. En cualquier caso, de ahí viene lo de Martes a escuela aunque sin los signos de admiración con que aparece en el original de Jesús Hernández de la Iglesia cuando escribió la canción.

En este marco discurrieron las fiestas de San Juan durante bastantes años hasta que tímidamente algunas empresas quizá con mayor visión de futuro y puede que por la presión de los trabajadores comenzaron a cerrar la tarde del Viernes de Toros, lo que garantizaba que en el festejo vespertino el coso registrase todavía una mayor entrada que en la novillada matinal. Algunos años después, puede que ya en la década de los sesenta, el Gobierno declaró el jueves La Saca fiesta local, y claro no ya solo fue festivo este día sino que con la historia de los puentes y las nuevas costumbres de la sociedad acabó siéndolo de hecho también el viernes; lo de ampliarlo al Lunes de Bailas vino añadido.

De esta forma y no de otra, como alegre y equivocadamente se maneja hoy, ha evolucionado el término Martes a escuela.

(Del libro “De la Saca a las Bailas. Ni usos ni costumbres”. Primera edición junio 2007. Autor: Joaquín Alcalde)

LOS PALCOS SE SORTEABAN

AHPSo 2448. JCyL.AHPSo. Foto Tiburcio Crespo Palomar. Archivo Carrascosa

El Viernes de Toros en una imagen del final de los años cuarenta, cuando el viejo coso se llenaba (Archivo Histórico Provincial. Fondo Carrascosa).

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No es cuestión de indagar en las razones, aunque todos los indicios apuntan a que pudieran estar relacionadas con algún viejo privilegio vigente durante muchos años que la corporación del momento o alguna otra inmediata posterior debió otorgar a raíz de la construcción de la plaza de toros en favor de quienes habían contribuido a financiar la obra.

En cualquier caso, la realidad es que hasta bien entrados los años cincuenta del pasado siglo veinte los palcos de la vieja plaza de toros los sorteaba cada año el ayuntamiento tanto para la suelta de las vaquillas de la tarde del jueves La Saca como para los festejos del Viernes de Toros. Se trataba de un trámite habitual, por rutinario, que, sin embargo, lejos de esconder el trasfondo de la estructura clasista de la sociedad soriana, dejaba patente las profundas desigualdades sociales y el predominio, por encima de todo, de la oligarquía que movía los hilos.

Lo del sorteo de los palcos, venta en el lenguaje de entonces, estaba perfectamente regulado y controlado para que surtiera el efecto que se pretendía. La alcaldía tenía por costumbre publicar a mediados del mes de junio un bando dictando unas normas de carácter general para la celebración de las fiestas de San Juan, que no contenía sino la relación de algunos de los festejos sobradamente conocidos, con someras indicaciones de consumo interno relacionadas con el funcionamiento de las cuadrillas cuando no recordando la vigencia de una vieja normativa del Ministro de la Gobernación que regulaba la lidia de las reses el Viernes de Toros. La difusión de semejante tostón era señal inequívoca de que los sanjuanes estaban próximos.

Lo curioso de la redacción del aludido edicto, o lo que fuera, es que rompiendo el esquema cronológico que luego se respetaba escrupulosamente en el resto de los festejos ya en el artículo primero se anunciaba el sorteo de los palcos de la plaza de toros “en las salas consistoriales el día 27 del corriente [junio de 1944], a las doce de su mañana” –por referir un año concreto-, y la petición que tenía que formular quien quisiera entrar en él; y en el siguiente, esto es, el segundo, la preferencia en el mismo (es decir, el sorteo) de los accionistas que acreditasen su condición de tales con la presentación de los títulos. Privilegio que seguían conservando la friolera de noventa años después de la construcción del coso por más que no les resultara del todo gratis pues por los palcos de andanada principal y los balconcillos de tendido –los más solicitados de la vieja plaza-, que eran los que se sacaban a la venta, tuvieran que pagar cuarenta y dos y dieciocho pesetas respectivamente, o cincuenta y veinte, unos años más tarde, por aquello de la subida del nivel de vida. Cantidades, por otra parte, lo suficientemente importantes para cualquier economía y, por el contrario, malamente soportables excepto para el bolsillo de la minoría que gozaba de este privilegio. En la práctica suponía ni más ni menos que tener asegurado un año más el asiento en la abarrotada plaza, con lo que ello implicaba, con el aval de que para mayor garantía el sorteo se realizaba “en presencia de los señores Jurados”, según se anunciaba en la información oficial que difundía el ayuntamiento.

Alguien, no obstante, debió advertir que aquello era un abuso en toda regla y no muchos años más tarde se cambió el sistema de manera que la venta pasó a hacerse mediante sorteo público entre “todos aquellos vecinos que hayan dado su asentimiento a la celebración de las fiestas de San Juan y solicitado a los respectivos jurados de cuadrilla”. De cara a la ciudadanía se había producido un notable avance si bien en la práctica seguía existiendo la insalvable barrera del importe a satisfacer por el alquiler, que lejos de al menos mantenerse congelado se iba incrementando sucesivamente, con lo que el problema de fondo continuaba existiendo, o sea, la imposibilidad material, por carecer de recursos, de muchas familias sorianas que habían entrado también en fiestas y no podían darse el gustazo de ocupar el Viernes de Toros unas buenas localidades.

En cualquier caso, a quienes su economía se lo permitía, les merecía la pena el desembolso, pues a la seguridad de contar con una localidad sin necesidad de pegarse el madrugón, que quien más y quien menos tenía que darse por obligación si es que quería acceder a la plaza cuanto ni más para ocupar un asiento cómodo, había que añadir la distinción social que suponía ocupar asiento en uno de los palcos, de acceso restringido. Un año, en fin, hace ya muchos, se terminó con semejante cacicada que, sin embargo, continúa viva en la memoria de los más mayores.

 

LAS FIESTAS DE SAN JUAN DE UNA GENERACIÓN (y II)

Fiestas de San Juan. Caldera junto a la Soledad. AHPSo 1884

Desfile del Domingo de Calderas, en la Dehesa, junto a la ermita de la Soledad en una imagen de los años sesenta (Archivo Histórico Provincial)

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El Viernes de Toros era costumbre comer en familia salvo los llegados de la provincia que solían acudir a la trasera de la fuente de la Dehesa junto al kiosco del “orejas”. Era el comedor de tan singular y único día.

Por la tarde, la plaza registraba todavía una mayor entrada si cabe. El llenazo era de los de aúpa pero no afectaba al desarrollo del festejo aunque bien es cierto que la progresiva presencia de mozos en el redondel se acentuaba durante la lidia del último toro, el de La Blanca. Si a ello se unía el trapío de la res –normalmente se trataba de uno de los toros más grandes-, su devolución a los corrales estaba de antemano garantizada, pues solía repetirse cada año sin probabilidad de error.

Los toreros de la corrida matinal –por la tarde, sin que se sepa por qué, la costumbre era otra-, solían acudir a la plaza andando desde el hotel pues se alojaban en establecimientos próximos, por lo general de condición modesta, acordes económicamente con lo que cobraban.

Terminado el festejo, el regreso a su lugar de alojamiento solía ser el mismo salvo para el matador, que si había realizado una faena importante lo solían llevar en hombros los mozos “hasta el hotel”.

Así se llegaba al Sábado Agés. En 1948 y 1949 se recuperaron al amanecer los toros enmaromados, prohibidos desde principios de siglo. Fue un simbolismo pues del mismo modo que se retomó el festejo, desapareció. Desde entonces no ha vuelto a celebrarse.

Los locales de las cuadrilla solían ser siempre los mismos, norma que con criterio discutible se ha vuelto a retomar no hace muchos años al adquirir en propiedad el ayuntamiento locales de nueva construcción, que  si bien resultan más confortables carecen del tipismo de aquéllos.

Ahora, por razones sanitarias y de consumo, la tajada en crudo se sirve envasada al vacío, con lo que la vieja estampa del plato y la servilleta para taparla y preservarla debidamente hace años que desapareció.

La tarde del sábado, sí, estaba dedicada por completo a la subasta de los Agés. Que sólo se subastaran los despojos tiene su sentido, porque entonces todavía existía la costumbre de que fuera la carne del toro de la cuadrilla la que se repartiera entre los vecinos, de manera que no quedaban más que esas piezas concretas de la res, o sea, las que no eran susceptibles de ser repartidas como tajada a los vecinos. Y, por supuesto, las botas, llenas de vino. De todos modos, aquellos años los Agés comenzaban a una hora más temprana y como consecuencia lógica también terminaban antes. De esta forma se hacía más vida en la cuadrilla.

Y sin apenas darse uno cuenta se había llegado al Domingo de Calderas. El desfile de las Calderas desde la Plaza Mayor hasta la Dehesa y la prueba de la Autoridad eran como ahora. Lo que sí cambió hace ya bastantes años fue el sistema de reparto de la tajada cocida, porque en efecto entonces tenía lugar en la propia Alameda de Cervantes salvo la de las cuadrillas de La Cruz y San Pedro y Santa Catalina que lo llevaban a cabo en el parque de La Arboleda facilitando la comodidad de los vecinos. En cualquier caso, ni la tajada del toro, ni el huevo, ni el chorizo se repartían envasados, ni por supuesto el vino embotellado. De modo que cada vecino que había entrado en fiestas no tenía más remedio que acudir, y lo hacía con gusto, con su plato de loza, una buena servilleta de tela y la consiguiente botella de cristal, en la que se le servía el vino directamente desde el odre. No mucho tiempo después, y por razones prácticas, el reparto de la tajada cocida se trasladó a los respectivos locales de cuadrilla. A las calderas de las doce cuadrillas había que añadir la de los pobres de la ciudad, que costeaba el Ayuntamiento, y que se repartía igualmente en la parte alta de la Dehesa.

Acaso el que menos variaciones haya experimentado en su desarrollo sea el Lunes de Bailas, si bien al contrario que en aquella época la procesión de los santos titulares de las cuadrillas llega a eternizarse, lo que en parte puede explicarse si se tiene en cuenta la extensión de la ciudad tres veces la de antaño. La bajada a Las Bailas y el regreso a la ciudad no han sufrido modificaciones importantes.

De este modo transcurrían, a grandes rasgos, las Fiestas de San Juan de la posguerra hasta que un Gobernador, Luis López Pando, intentó reconducirlas pretendiendo introducir novedades. La respuesta fue la fuerte contestación popular de la noche del 29 de junio de 1953, al regreso de Las Bailas.

LAS FIESTAS DE SAN JUAN DE UNA GENERACIÓN (I)

Fiestas de San Juan. Fotocomposición. AHPSO 6839 (2)

Fotocomposición de las celebraciones sanjuaneras en el incomparable marco de la vieja plaza de toros (Archivo Histórico Provincial).

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En las fechas en que nos encontramos resulta obligado hablar de las fiestas de San Juan.

Este próximo domingo se celebra la Compra del Toro. Entonces no se había inventado aún el Lavalenguas. Las peñas de mozos tampoco tenían la estructura actual, en tanto que el postizo de la tarde/noche del miércoles, con el añadido del Pregón, tardó en lograr acomodo.

Aquellos años, el día de La Saca no era festivo a efectos laborales. Al contrario, abría el comercio, que no cerraba al mediodía al coincidir con el tradicional mercado semanal de los jueves. De ahí que la concurrencia al Monte Valonsadero no fuera ni de lejos lo multitudinaria que es hoy por lo que el festejo La Saca tenía un desarrollo, al menos en su segunda parte, es decir, el de la traída de los toros desde la Vega de San Millán hasta la ciudad, que muy poco, por no decir nada, tiene que ver con el que se nos ofrece en la actualidad.

No había talanqueras, que comenzaron a colocarse únicamente en la parte más próxima a la plaza de toros a raíz de que un año la manada se presentase en la plaza de las Concepciones (donde está el mercado provisional) y tras lograr volverla los caballistas uno de los toros enfiló la calle de San Benito en dirección a la avenida de Valladolid para terminar cayendo a la zanja del colector que se estaba construyendo para el servicio de las conocidas desde siempre como Casas del Ayuntamiento, las existentes junto al viejo campo de San Andrés. Solía escaparse algún toro pero no era lo frecuente. Lo habitual era que entraran todos a la plaza. Una vez cerrados comenzaba el desfile de la caravana oficial y acompañantes, que aguardaban en las inmediaciones de Correos a los caballistas que habían traído los toros para que fueran ellos los encargados de abrir la comitiva por la plaza de Mariano Granados, Marqués del Vadillo y El Collado. Los jinetes a caballo corriendo Collado abajo Collado arriba durante un buen rato constituía, sin duda, una de las escenas más sorianas, típicas y plásticas de los sanjuanes.

Ya hacía años que no había ganaderías en Valonsadero pero los toros que se traían en La Saca eran los que se lidiaban al día siguiente. Toros, que al contrario que hoy, no todos eran iguales pues según la costumbre a cada cuadrilla se le adjudicaba el suyo de acuerdo con sus necesidades, es decir, el número de vecinos.

Bien entrada ya la tarde del día de La Saca era cuando los gaiteros –las orquestas que tanto se prodigan ahora, ni se conocían- se incorporaban a las cuadrillas y recorrían las respectivas demarcaciones.

El Viernes de Toros, también había que trabajar. Sólo alguna de las empresas importantes solían conceder vacación a sus trabajadores. Pero la plaza, la vieja plaza de los palcos de madera todavía sin remodelar, se llenaba hasta los topes.

Así se explica que las puertas del coso se abrieran a las seis de la mañana para el festejo matinal, y que a esa hora ya se hubiera formado una nutrida cola que llegaba desde la puerta de entrada de la derecha según se mira desde la Puerta Grande hasta el surtidor de gasolina existente entonces en la confluencia de la calle de la Tejera con la del Campo, porque por ella se accedía a los tendidos de sombra. Y una vez la plaza llena, los viejos machones de madera que soportaban la cubierta, y el propio tejado eran buenas localidades para no perder detalle del acontecimiento, que no solía durar más de lo habitual de un festejo de los que pudieran llamarse serios, para entendernos. De tal manera, que en torno a las doce y media festejo había terminado y quedaba tiempo suficiente para el desfile ordenado de las cuadrillas por el centro de la ciudad. Por la tarde, ocurría algo parecido aunque la asistencia de público era mayor porque el comercio, ahora sí, cerraba.

TOROS ENMAROMADOS

Toros enmaromados. Puerta Casino. 02.07.1949. Archivo Luis Romera Gorrión

Uno de los toros enmaromados la mañana del 2 de julio de 1949, Sábado Agés, en el Collado, frente el Casino de la Amistad (Colección Luis Romera Barranco, «gorrión»).

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Una Orden del ministro de Gobernación De la Cierva suprimió en 1908 los toros ensogados en las calles y plazas de las ciudades. La disposición afectó de lleno a la celebración de los Toros Enmaromados que tenían lugar la madrugada del Sábado Agés en los distintos barrios de la ciudad. A juzgar por lo que contaban los más mayores y dijeron los periódicos era un espectáculo de gran calado en la sociedad soriana, que lo esperaba especialmente cada San Juan. Pero el hecho incuestionable es que ya no volvió a haber Toros Enmaromados por más que el sentimiento popular los viniera demandando a la menor ocasión que se presentara. Años después no debió faltó algún tímido intento de hacer algo lo más parecido posible, sin que llegara a cuajar, porque al pueblo se le había dado otra cosa que poco tenía que ver con los Toros Enmaromados.

Fue en 1948 cuando se pretendió recuperar al amanecer el Sábado Agés [26 de junio] el festejo del Toro Enmaromado, y no en 1947 como erróneamente han manejado con reiteración sucesivos autores, que han debido beber sin duda de la misma fuente, si es que no los unos en la de los otros o al revés. Habían transcurrido cuarenta años.

No hay que ser demasiado perspicaz para llegar a la conclusión de que la clave para que así sucediera residió en que el soriano Jesús Posada [padre] era el Gobernador Civil de la provincia, cargo al que se había incorporado un año antes, y el alcalde de Soria otro soriano, su amigo el ingeniero de Obras Públicas Mariano Íñiguez García, nombrado por el propio Posada al poco tiempo de tomar posesión. Aunque uno y otro tuvieron el buen cuidado de que la recuperación, después de tantos años, de los Toros Enmaromados no apareciera en el programa. Se trataba, por lo tanto, de un festejo tolerado, que no autorizado.

A partir de aquí poco más se sabe. Apenas si queda constancia escrita en los periódicos de la época, y la escasa información que ofrecieron sobre su desarrollo trata de generalidades, sin hacer la más mínima descripción del festejo en sí, y está escrita tan en clave que solo podría desentrañar el redactor de la noticia, pues en ningún momento se le llega a llamar por su verdadero nombre.

Veamos. El periódico La Voz de Castilla, editado en Burgos, que publicaba diariamente una página de “Información de Soria”, titulaba a dos columnas El “Sábado Agés”, y decía: “El festejo fuera de programa celebrado en la madrugada del día 26 [de junio de 1948], “Sábado Agés”, ha constituido uno de los éxitos más grandes de nuestras Fiestas de San Juan, enviando por este motivo a la Comisión de Festejos nuestra más efusiva felicitación, solicitándole que al año que viene se celebre con más amplitud este atrayente y sugestivo espectáculo.

Como tercer día de fiesta, hoy, “Sábado Agés”, después de celebrado el festejo de la madrugada, a las once de las mañana…”

Y Campo tampoco fue mucho más allá. Con el título, ”Sábado Agés” y el subtítulo “El festejo de la madrugada”, señalaba: “Grandes eran las ilusiones que los sorianos habían puesto ante el anuncio del festejo de la madrugada del sábado.

A la hora prevista las calles ofrecían un bello aspecto, pues fueron numerosos los grupos que durante la noche rondaron por las calles de nuestra ciudad.

El momento más bonito y emocionante fue en la plaza del General Franco, la que aparecía llena de público.

Al reseñar brevemente este festejo, no queremos dejar sin consignar nuestra más cariñosa felicitación al Sr. Alcalde, D. Mariano Íñiguez [García] y demás miembros de la Corporación municipal, deseando que el próximo año se celebre con mayor amplitud.

Nota simpática y festiva fue la dada por la orquesta que ha actuado en el Casino de Numancia, que amenizó el festejo, y que el público aprovechó para bailar a placer.

Un aplauso especial merece el jefe de la Hermandad Local, D. Feliciano Hernández, y miembros de la misma por la labor realizada y la ayuda prestada a la Comisión de Festejos, que hizo posible la celebración de tan bonito espectáculo”.

Es toda la información de que se dispone del festejo de los Toros Enmaromados el año de su recuperación. Pues de lo poco y dado a la confusión publicado por quienes con anterioridad han intentado profundizar en la celebración para contar lo que pasó y de la memoria de los sorianos de la época, resulta poco menos que imposible tener un conocimiento siquiera aproximado, pero fidedigno, del desarrollo “del festejo de la madrugada del Sábado Agés”.

No obstante, todo parece indicar que el experimento no debió ir mal del todo o que merecía la pena darle una segunda oportunidad porque el Sábado Agés del año siguiente, esto es, en 1949, volvió a repetirse el festejo también fuera de programa y sin ajustarse a la legalidad. Fue el 2 julio. El tratamiento que dieron los periódicos a la información y el alarde fueron muy similares.

La Voz de Castilla con el antetítulo “Fiestas de San Juan” y el titular “Sábado Agés”, hablaba de la siguiente manera: “Comentan los viejos sorianos, henchidos de emoción e inundados de jovial optimismo, que las típicas fiestas de San Juan van volviendo a encauzarse en aquellos originales “usos y costumbres” que fueron durante mucho tiempo satisfacción y legítimo orgullo de todo buen soriano por el ambiente y resonancia que a ellas daban.

¡Sábado Agés!. El extraordinario espectáculo celebrado a las seis de la mañana de este día resultó maravilloso; viejos, jóvenes, chicos y mujeres rivalizaron en entusiasmo y arrojo por acercarse al toro… mirando con el mayor orgullo, propio de quien acaba de realizar un importante acto de heroísmo, a todos aquellos que desde ambos lados de la calle y desde miradores y balcones contemplaban y admiraban su “arrojo” y “valentía”…

Este espectáculo, por su perfecta organización, fue uno de los festejos más atractivos y divertidos de todas las fiestas, pues el pueblo de Soria encontró en él sana alegría y general regocijo.

Por todos los lados se comenta con agrado y simpatía el hecho de que nuestra capital cuenta ya con un típico festejo que tiempo atrás figuró en sus “usos y costumbres”… que comienzan a renacer.

Débanse a quien se deban estas gestiones encaminadas a lograr tan atrayente número y a dar a las fiestas de San Juan o de la Madre de Dios el verdadero sabor para que vuelvan a ser lo que fueron en otros tiempos, son dignas de nuestro mayor elogio”.

Si nos atenemos, pues, a lo hasta aquí reseñado la segunda edición de los Toros Enmaromados de la época moderna debió salir a pedir de boca. La realidad, sin embargo, fue bien distinta, como se verá enseguida.

En la línea de que el festejo no se desarrolló de la manera triunfalista que contó La Voz de Castilla y que alguien trató de ocultarlo hay que entender que del ejemplar del martes día 5 de julio de 1949 de la colección del periódico oficialista Campo que se conserva en la hemeroteca de la Biblioteca Pública de Soria para consulta de los estudiosos o sencillamente curiosos del conocimiento del pasado falten precisamente las páginas –puede apreciarse que fueron cuidadosamente cortadas y no arrancadas, sin duda en un acto que no tiene nada de piratería al uso- relativas a la información de las fiestas de San Juan y en concreto la que pudiera hacer referencia al desarrollo del festejo de los Toros Enmaromados.

Tesis que se puede confirmar en todos sus términos, es decir, que el festejo no resultó con la brillantez que anunciaba el rotativo burgalés –cabe suponer incluso que la información, por su tenor, pudiera haberse escrito previamente a la celebración del festejo- y que las hojas del ejemplar de Campo de la Biblioteca fueron retiradas a propósito, después de haber tenido la posibilidad, no exenta de una buena dosis de oportunidad y por qué no de suerte, de acceder a la colección del periódico de un particular, una de las pocas completas, si es que no la única, que se conservan en Soria de la histórica y entrañable publicación hace años desaparecida. Porque, en efecto, en la página segunda del entonces trisemanario soriano del martes día 5 de julio de 1949, se publicó bajo la mancheta “Crónica de la Ciudad” y el titular “Los festejos de nuestras tradicionales fiestas revistieron una extraordinaria brillantez”, escuetamente lo siguiente respecto de las celebraciones la mañana del Sábado Agés: “A las 8 de mañana [del 2 de julio],  tuvo lugar en la plaza de toros, con un lleno completo, una extraordinaria corrida de vaquillas [para las mujeres] que agradó al numeroso público que concurrió al coso taurino”. Luego se refiere a los demás festejos de la jornada, o sea el reparto de la tajada y la subasta de los agés, y sanseacabó. O sea que ignoró por completo los Toros Enmaromados de ese día, o lo que es lo mismo para el periódico no se celebraron, lo que no deja de constituir cuando menos un especial motivo de extrañeza –no tanta a la vista del desenlace, que debió ser caótico, según lo poco que se recuerda-, avalado por los parabienes que, aunque sin citarlo expresamente, había dedicado el año anterior al festejo y sus mentores.

No obstante lo dicho, sí es posible saber algo más, no mucho, gracias al valioso testimonio oral de quienes, entonces, en plena juventud fueron los protagonistas y testigos de primera mano de lo que sucedió aquella mañana y nos han contado ahora.

Salieron dos novillos de los corrales de la plaza de toros, ninguno de los cuales fue posible correrlo por el itinerario previsto. Uno de ellos, lo subieron por la calle de la Tejera con la idea de bajarlo a la Plaza de Abastos; misión imposible, porque la res enfiló la calle Doctrina abajo y a trancas y barrancas llegó hasta el entonces matadero, hoy cuartel de la Policía Local; luego, según recuerdan quienes tiraron de la maroma, pudieron subirle por la calle Real hasta la plaza de Fuente Cabrejas y sin pasar por El Collado fue encerrado de nuevo en la plaza de toros, es de suponer que, ahora sí, a través de la Plaza de Abastos.

El otro, corrió peor suerte. Salió, igualmente, de la plaza de toros, pero no hubo manera de bajarlo por las calles Campo y Ferial, que era lo que se quería, haciéndolo por el contrario por las Puertas de Pro. Al llegar al final, bajando, es decir en la confluencia con Marqués de Vadillo y El Collado, delante del comercio de tejidos de Megino, que hacía chaflán, fue apuntillado se cree que por un conocido soriano experto en tareas de este tipo.

Todo ello en presencia de un numeroso gentío que, pese a lo temprano de la hora, abarrotaba las calles céntricas de la ciudad, y de muchos jóvenes, y otros no tanto, tirando de cada una de las maromas que se habían colocado en las astas de la res. Un desenlace para nada previsto y el saldo final de bastantes heridos de muy diversa consideración.

Un fracaso al decir de algún autor de la época como el arquitecto Luís Giménez Fernández nada sospechoso, más bien al contrario, de oponerse a la recuperación del festejo, que fue el desencadenante del destierro definitivo de la original costumbre de los Toros Enmaromados curiosamente el año [1949] en que la nueva fue el vals El Torito “Enmaromao”, que viene a ser el fedatario de la recuperación –si bien vista y no vista- de una tradición que desde entonces no ha vuelto a celebrarse. Hoy, sería inviable.

(Del libro «De la Saca a las Bailas. Ni usos ni costumbres». Primera edición junio 2007. Autor: Joaquín Alcalde)

EL MONUMENTO AL SAGRADO CORAZÓN

Sagrado Corazón - 08.07.2011 (31)

Festividad del Sagrado Corazón de 2011 en el monumento del Parque del Castillo (Joaquín Alcalde)

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Este último viernes, primero del mes de junio, es decir, ayer, día 3, se celebró la festividad religiosa del Sagrado Corazón de Jesús. Una de las tradiciones que, como tantas otras, pasa en la práctica desapercibida. La tarde de ese día, concluido el ejercicio diario de la novena, tiene lugar el acto central, con la procesión desde la iglesia del Espino hasta el monumento erigido en el Parque del Castillo a la que suele asistir una representación del Ayuntamiento –antaño lo hacía la Corporación en pleno- para renovar el voto de la ciudad al Sagrado Corazón.

El monumento, muy cerca de la que en la Edad Media fue parroquia de San Miguel de Cabrejas (la “casa del churrero” para la generación de la posguerra), de la antigua depuradora de aguas y del pozo-nevera que durante la Guerra Civil fue -según cuenta el estudioso Alberto Arribas- una especie de garita en la que los hombres mayores “voluntarios” que no fueron llamados al frente hacían guardias preventivas, comenzó a gestarse en el mes de agosto de 1940, cuando el Ayuntamiento acordó sacar a subasta la construcción de la obra por un presupuesto de ejecución de 43.758,59 pesetas (263 euros en la moneda actual), que una vez finalizada ascendió a 85.000 pesetas (510 euros). Los hermanos Víctor, Marcelino y Cayo Blázquez Tutor, acreditados maestros canteros sorianos, se encargaron de llevar a cabo la construcción del monumento propiamente dicho, con piedra arenisca de Valonsadero, mientras que el escultor madrileño Luis Hoyos González fue el que esculpió la talla, por la que según él mismo declararía bastantes años después cobró la cantidad de 25.000 pesetas (150 euros).

No fue hasta mediados del mes de octubre de 1947 cuando se dieron por finalizados los trabajos; en el intervalo, como incidente más destacado del que haya quedado constancia en la hemeroteca, se produjo un accidente laboral que acarreó la muerte de uno de los obreros y la entrega de mil pesetas (6 euros) del Gobernador, Alberto Martín Gamero, a la viuda del fallecido, “un rasgo caritativo que por sí mismo nos dice a todos los sorianos cuales son los sentimientos de nuestra primera autoridad civil”, destacó el diario Duero de la cadena del Movimiento.

Sin embargo, la bendición del monumento, y, por tanto, la puesta de largo de la obra, se llevó a cabo el domingo 1 de junio de 1952, a las “siete menos cuarto de la tarde, con un tiempo lluvioso”. Según la información del periódico Campo, a dicha hora, partió de la iglesia de San Juan de Rabanera la procesión con la imagen del Deífico Corazón [de Jesús], en la que formaban gran cantidad de fieles y fue presidida por las primeras autoridades locales y provinciales, incluido el Gobernador Civil, Luis López Pando, junto a representaciones de los centros civiles y militares. El Abad de la colegiata, Segundo Jimeno Recacha, bendijo el monumento resaltando el espíritu de religiosidad de las autoridades y del pueblo de Soria, en tanto que el Alcalde, Eusebio Fernández de Velasco, leyó el acto de bendición de consagración de la ciudad.