EL HOSPITAL DEL MIRÓN

Sanatorio en construcción. AHPSo 14825

El Sanatorio Antituberculoso en obras, en una imagen de los años cuarenta del siglo pasado.

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Nació para sanatorio antituberculoso pero desde hace unos cuantos años se le conoce, al menos oficialmente, como Hospital del Mirón pues no en balde se encuentra próximo a la ermita de esta advocación mariana tan fuertemente enraizada en la historia de la ciudad. Se trata de un edificio, antaño emblemático, que constituía por su monumentalidad una de las referencias de la arquitectura asistencial soriana de la época. Fue a comienzos del año 1944 cuando la Comisión Gestora de la Diputación Provincial de Soria acordaba la adquisición de los terrenos en los cuales se pensaba construir el nuevo Hospital Provincial (en aquel momento en la calle de Nicolás Rabal), un manicomio, con sus dependencias, y un sanatorio antituberculoso, informó el periódico local Duero. No muchos días después, se ocupaban los terrenos al tiempo que el Ministro de la Gobernación comunicaba al Gobernador civil la aprobación de las obras y ordenaba “la inmediata construcción del edificio” que iba a suponer la inversión de seis millones de pesetas y dos más en la instalación, a cuyo fin la Caja de Ahorros de Soria –La Caja de toda la vida- entregó cuatrocientas mil pesetas, y para recaudar fondos se celebró un festival taurino en el que junto a conocidos diestros foráneos actuó el soriano Agustín Sánchez, “El Guti” para los aficionados. A partir de ese momento el proyecto comenzaría un largo peregrinaje que se dilataría en el tiempo a pesar de que seis años después, con la estructura del inmueble levantada y poco más, la publicación propagandística “Realizaciones del Movimiento en Soria. Breve catálogo de las principales obras ejecutadas y en ejecución. 1 de octubre de 1951” señalaba que “es ésta –por el Sanatorio Antituberculoso- la construcción de mayores proporciones que jamás se ha levantado en Soria, pues se trata de un enorme y magnífico edificio de seis plantas, situado en las afueras de la población, próximo a inaugurarse”. En este instante se hablaba de que el coste inicial de la obra era de doce millones de pesetas si bien una vez completadas las instalaciones previstas el importe del presupuesto podía “muy bien” cifrarse en dieciocho. Pero, ni por esas, las obras, por decirlo de alguna manera, avanzaban con una lentitud pasmosa pues la mayor parte del tiempo paradas hasta el punto de que en momento dado se barajó la posibilidad de ubicar en el edificio el seminario mayor y se ofreció el inmueble al obispo de la diócesis, Saturnino Rubio Montiel. A mediados de 1960 el Gobernador Eduardo Cañizares Navarro anunciaba la reconversión del inmueble en Hospital General y la inmediata subasta del proyecto, que, no obstante, seguiría atascado, pues cuatro años más tarde –a finales de 1964- los periódicos locales seguían hablando, con destacado alarde informativo, de que “El Ministro de la Gobernación, a través de la Dirección General de Sanidad, instalará un Hospital General y una unidad psiquiátrica en el Sanatorio Antituberculoso”. Otra publicación de la época, la Memoria de la Comisión Provincial de Servicios Técnicos del año 1965, destacaba, en referencia al Hospital Provincial y la Unidad de Psiquitaría, que es “la obra de carácter sanitario más importante en el momento actual de esta provincia” puesto que cubrirá todas las necesidades “para un plazo de 40 años”, con la aspiración de ser un modelo de coordinación hospitalaria en España.

Ahora sí, el proyecto no tenía marcha atrás y el 8 de junio de 1970 el entonces ministro de la Gobernación de uno de los últimos gobiernos del General Franco, Tomás Garicano Goñi, viajó a Soria para inaugurar las instalaciones. Habían transcurrido veintiséis años desde que comenzara a hablarse del Sanatorio Antituberculoso y una década del anuncio de reconversión. El obispo de la diócesis, Teodoro Cardenal bendijo las dependencias.

 

LA BENDICIÓN DE CAMPOS

 

30-05.2010 (8)

Ceremonia de la bendición de campos de 2010 (Joaquín Alcalde)

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Este próximo domingo, o sea mañana, se rememora en la ciudad una antigua tradición coincidiendo con la Solemnidad de la Santísima Trinidad que cada año convoca a poco más que un centenar de fieles y devotos y, en definitiva, pasa prácticamente desapercibida. La fiesta, entrañable y modesta, no es otra que la bendición de campos que tiene lugar en la humilde, por rústica, sencilla y puede que olvidada, ermita de Santa Bárbara fundada, según el historiador Nicolás Rabal, por el caballero flamenco, Juan Borgoñón, en el legendario Campo de la Verdad, por más que popularmente al término en general siempre se le haya conocido como de Santa Bárbara cuando era eso, un campo, más concretamente, las eras donde los labradores llevaban a cabo las tareas de la recolección en el extrarradio de la población. En cualquier caso, la realidad es que como señalaba el periódico Noticiero de Soria a mediados de los años veinte del siglo pasado “la bendición de los campos sorianos de Santa Bárbara es fiesta respetable por todos extremos, consagrada a un motivo tan noble como cristiano y que ha venido siendo recogida amorosamente de generación en generación desde que fue fundada hace cinco siglos según consta en las Ordenanzas de la Santa Hermandad de Santa Bárbara”; normas que refieren con detalle los pormenores de la ceremonia que el paso del tiempo se ha encargado de despojar de la parafernalia de que estaba revestida para acomodarla a la realidad del momento. De manera que si bien al comienzo de la década de los cuarenta de la centuria anterior era habitual que registrase una nutrida concurrencia y asistieran a la celebración “representaciones de diversas asociaciones religiosas y todos los labradores, y de la sociedad de ganaderos, [y] entre las autoridades” pudiera verse “al alcalde camarada Jesús Posada [Cacho]”, e incluso, en tiempos pretéritos, acudiera la banda de música, en la actualidad, se desarrolla en un contexto mucho más íntimo que antaño, aunque básicamente la ceremonia continúe manteniendo su esencia. La celebración se inicia con la procesión presidida por la imagen de la titular de la ermita, Santa Bárbara, para dirigirse al pequeño parque que queda en el lateral orientado a la Residencia Sanitaria de la Seguridad Social –ahora llamado Hospital de Santa Bárbara- en el que se coloca una gran cruz de madera con cuatro hendiduras, una por cada punto cardinal, con el fin de que el celebrante vaya incrustando sucesivamente otras bastante más pequeñas, evidentemente, de cera, al tiempo que bendice los campos con agua bendita, rito este, sencillo pero ceremonioso donde los haya, comenzando por el este para continuar por el oeste y el sur y concluir por el norte. Además, el oficiante procede a la bendición de unas cuantas más de estas crucecitas de cera, idénticas a las que ha que ha ido colocando en la grande de madera, que entrega como recuerdo a los asistentes. De regreso al santuario, pero antes de entrar a la Virgen, se subastan los banzos en el atrio. Luego tiene lugar la misa y finalizada esta la Cofradía obsequia a los asistentes con licor y pastas en una de las dependencias de la ermita. Aquello de que el domingo de la Santísima Trinidad estén a las nueve de la mañana “en la Ermita de la Santa, el Abad, el Preboste, los Hermanos y los Cuatros…, que esté toda la cera encendida, los Cofrades confesados y comulgados y ganen el jubileo”, recogido, como otras muchas cosas, por las aludidas Ordenanzas, hace ya bastantes décadas que dejó de tener vigencia. Pero la tradición, que es lo importante, sigue conservándose.

LA TRADICIÓN DE SAN ISIDRO

El Mirón. Procesión de San Isidro. AHPSo 8635 (2)

La procesión de San Isidro en el atrio de la ermita del Mirón en  una imagen de los años cincuenta (Archivo Histórico Provincial).

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Este último domingo fue San Isidro Labrador. La festividad de San Isidro, en el ecuador de la primavera soriana, era una de las referencias obligadas del particular calendario festivo. Entonces, cada 15 de mayo, había fiesta grande en El Mirón; una cita que trascendía a otros muchos sectores de la ciudad. Claro que la fiesta de San Isidro no era más que la culminación de un proceso que se había iniciado días antes con la novena que se celebraba a media tarde en la propia ermita, y que a su vez estaba precedida –ahora es un triduo- por la que la Asociación de Labradoras y Devotas de la Virgen del Mirón dedicaban a su patrona, cuya fiesta, por cierto, sigue teniendo lugar en el templo de su advocación aunque en un ámbito más doméstico.

La Hermandad Local Sindical Local de Labradores y Ganaderos fue tradicionalmente la encargada de organizar los festejos en honor de San Isidro, de tal manera que “a las siete de la mañana, el disparo de bombas y cohetes [anunciaba] al vecindario el comienzo de la fiesta”, se podía leer, con idéntico o muy parecido texto, cada año en la referencia que ofrecía el órgano informativo agrario, esto es, el periódico Campo. Más tarde, en el local de la Hermandad de la calle Tejera, junto a la plaza de toros,  se organizaba un desfile figurando en el mismo las autoridades, Junta [de la citada Hermandad] y afiliados de la entidad con sus banderas, la tradicional Soldadesca, el cuadro de coros y danzas de la Sección Femenina, un grupo de camaradas de la Hermandad de la Ciudad y el Campo, la rondalla del Frente de Juventudes y la Banda Municipal, y un carro ocupado por un grupo de mozas del cercano barrio de Las Casas de Soria, ataviadas con típicos trajes del país. La comitiva, como es bien recordado, desfilaba por las calles del Campo, Ferial, Marqués del Vadillo, el Collado (General Mola aquellos años), plaza del Rosel y San Blas, calle Aguirre, plaza Tirso de Molina y carretera de Logroño para terminar en la ermita de Nuestra Señora la Virgen del Mirón.

Luego, con el mismo o muy parecido ritual que el que viene observándose en la actualidad, tenía lugar la procesión hasta la carretera, y la posterior misa solemne cantada por el coro de la Colegiata (actual Concatedral), en la que también solía participar en el coro de la Casa de Observación de Menores. Terminada la función religiosa actuaba la rondalla del Frente de Juventudes. Después el cuadro de coros y danzas de la Sección Femenina bailaba clásicas danzas de la tierra y, finalmente, intervenía la Soldadesca. Pero la fiesta de San Isidro lejos de terminar en la pradera del Mirón tenía su continuación en el Campo de Santa Bárbara con el concurso de arada; más tarde las autoridades y afiliados a la Hermandad eran obsequiados con una copa de vino español en el local de ésta. Por la noche tenía lugar en la Plaza Mayor (General Franco) una sesión de baile amenizada por la Banda Municipal; con anterioridad, alrededor de las diez, en el local de la Hermandad, la Junta, afiliados e invitados se reunían a cenar.

DE BARES Y TABERNAS EN LA SORIA DE ANTAÑO (y II)

Casa Félix. Carmelo Rojas. Colección Tomás Pérez Frías 

La taberna Casa Félix, en la Plaza de Abastos, uno de los establecimientos emblemáticos de la época (Carmelo Rojas. Colección Tomás Pérez Frías).

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Si de lo que se trata, como pretendíamos en una entrada anterior de este blog, es de hablar de los bares, tabernas y demás establecimientos de este tipo que había Soria antaño, o cuando menos recordarlos, hay que hacerlo, sin necesidad de alejarse del entorno de la plaza de Herradores, del Talibesay, con fachada a Marqués del Vadillo y a Mariano Granados, en el que estableció su domicilio social el Numancia al ser refundado. Muy cerca también, en la conocida por los sorianos de la época como la acera de Monge, en la provinciana Plaza del Chupete (Mariano Granados oficialmente), se encontraba el Plus Ultra; en buena parte de la planta baja del edificio del antiguo hotel Comercio, el Marfil, un mentidero en toda regla del que se tomaba el pulso diario a la ciudad y se caciqueaba lo suyo, y enfrente, en el antiguo teatro Avenida, el Dul. Por aquel entonces comenzó a tomar configuración el Tubo. Había sido demolida la iglesia de San Clemente y levantado en su lugar el edificio de la Telefónica con motivo de la instalación del servicio automático en la ciudad lo que llevó consigo el acondicionamiento de la plaza. Como consecuencia quedó un espacio diáfano en torno al cual comenzaron a proliferar los bares estructurándose en muy poco tiempo una tupida y próspera zona de alterne que en la práctica arrancaba en el Collado con el Lázaro y seguía, accediendo por el Callejón de San Clemente, con el Caribe, Brasil, Poli y Pacho que se encontraban en la izquierda; en el lado derecho funcionaban el Bambi y a continuación el anunciado comercialmente como Perla, el Patata para entendernos, que es la denominación que se popularizó por más que desde el principio no solo no gozó de la simpatía del dueño -el recordado Nicesio- sino que, por el contrario, la odiaba para finalmente tener que rendirse a la evidencia y tolerarla, de tal manera que es la que ha pervivido aún a pesar de los muchos años que hace que cambió de titular la gestión del local. Ya en la plaza estaban otros dos santuarios como en realidad lo eran el primitivo Iruña y la taberna del Buja. La oferta, no obstante, no se agotaba en el Tubo, porque en la práctica no había lugar de la geografía urbana en el que no hubiera local alguno de referencia, pues si de la Plaza de Abastos se trataba, allí estaba Casa Félix; el Burgalés y el Capitol en la calle Estudios; el Plata y el Julián en la Plaza Mayor; el Regio, en la plaza de Ramón y Cajal; en las Puertas de Pro, La Cierva y el Aquí Te Espero; La Oficina, en la calle Numancia; el David y el Campo en la calle Campo; el Diana, el Sol, el Negresco (antes Toribio) y las tabernas del Rangil y del Morcilla, en el Ferial. Y en fin, el Ventorro, al final de Mariano Vicén, casi en las afueras, no donde está ahora; y el Mandarria, en la calle Real. Son contados los que siguen existiendo.

 

 

 

DE BARES Y TABERNAS EN LA SORIA DE ANTAÑO (I)

Bar Urbión. AHPSo 14687 (2)

Clientes del bar Urbión a la puerta del establecimiento en la Plaza de Herradores (Archivo Histórico Provincial).

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El último día del pasado mes de abril cerraba el bar Montico, en la calle Vicente Tutor, en la zona que hace años se bautizó como Tubo ancho para distinguirlo del Tubo de siempre. Decía adiós uno de los establecimientos al que la ciudadanía le había otorgado hacía ya tiempo la condición de histórico.

Cuando en la ciudad se habla de bares y tabernas que han marcado una época hay que hacer referencia necesariamente a otros muchos, y como por alguno hay que empezar comencemos el recorrido, para no perdernos, por la céntrica Plaza Herradores (de Ramón Benito Aceña en el callejero) en la que el verano de 2012 abría de nuevo sus puertas al público, en el lugar de siempre, la antigua Casa Apolonia, el Apolonia de toda la vida, uno de los establecimientos con más historia de los de su ramo si bien es cierto que el actual no tiene absolutamente nada que ver con el anterior. A diferencia de lo que ocurre en la actualidad en la Plaza de Herradores, bares, que se recuerde, no había más que tres: el Urbión, en el mismo lugar en el que desde hace años está establecida una tienda de papelería; pegado a él, el entrañable y ya citado Apolonia –con el comedor en la primera planta que se llenaba a rebosar especialmente los jueves, día de mercado-, local de reunión y de tertulia de los taxistas durante los largos, si es que no interminables, ratos de espera cuando tenían la parada en la plaza; y en la acera de enfrente el Imperial, un café de los de siempre con larga tradición taurina, primera sede de la naciente Peña Taurina Soriana. Desaparecidos tanto el Urbión como el Imperial, bastante antes aquel que este, que cerró al finalizar el año 1960, la actividad de la Plaza de Herradores, hasta entonces especialmente comercial, cambió de arriba abajo coincidiendo con las nuevas costumbres de los sorianos, que terminaron estableciéndola, por encima de todo, como lugar de encuentro. De este modo comenzaron a  proliferar nuevos locales todos ellos relacionados con la hostelería hasta adquirir en no muchos años la configuración que presenta en la actualidad. Continuaremos.

 

EL OLMO DE MACHADO

Ediciones García Garrabella, postal, archivo Fe Hernández

La iglesia de Nuestra Señora del Espino con el legendario olmo a la derecha (Colección Joaquín Alcalde)

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La alcaldesa socialista Eloísa Álvarez y el Tripartito (PSOE, IU, ASI) que presidió cerraban la legislatura 1999-2003 con un detalle aparentemente menor pero cargado de un fuerte simbolismo. El deterioro con riesgo de desprendimiento del conocido como centenario Olmo de Machado, junto a la iglesia de El Espino, llevó al Ayuntamiento a realizar en los últimos días del mes de mayo de 2003 una intervención que consistió en una nueva cimentación, la colocación de un varillaje interior y el recubrimiento a base de fibra de vidrio además de la construcción de drenajes y respiraderos en el interior para la salidas de aguas, lo que permitió que al final de los trabajos el olmo se encontrara totalmente anclado. El entorno se protegía con una barandilla obra del herrero del pueblo de Oteruelos, Isidoro Sáenz, y se colocaba un atril de hierro, del mismo autor. Al mismo tiempo, se tomaba la decisión de plantar junto al repetido olmo otro de seis años, procedente de Guadalajara, que permitiera mantener vivo el recuerdo del poeta, lo que ocurría el 23 de mayo de 2003.

Sobre la ubicación exacta del Olmo de Machado se ha escrito mucho y las opiniones han venido siendo tradicionalmente divergentes. Lo último, lo contó y publicó el pintor soriano, Rafael de la Rosa, en el ya lejano marzo de 2003, cuando trascendió la noticia del lamentable estado de deterioro en que se encontraba el Olmo del Espino, y dijo que dos o tres años antes de iniciar en 1987 su exposición en homenaje al gran poeta universal recorrió infinidad de parajes y sostuvo multitud de entrevistas con personas mayores que le pudieran situar en los lugares exactos que inspiraron al poeta hasta que un grupo significativo que frecuentaba el Círculo de la Amistad coincidió en que cuando Antonio Machado hablaba del “olmo viejo hendido por el rayo…” se estaba refiriendo a uno quemado que estaba al final de una hilera de olmos en el paraje de Los Cuatro Vientos, junto a la ermita del Mirón, y que el que nos ocupa se encontraba al final del paseo, mirando al Duero. Nadie –recordó Rafael de la Rosa- le habló del árbol de El Espino, que él conocía de sobra por haber vivido su niñez en la zona de la Diputación Provincial y la calle Caballeros. Y abundaba en que siendo él muy niño un señor llamado [Frutos] Barral, con melena y pelo blanco, de oficio marmolista que tenía su taller frente al olmo de El Espino y escribía poesías, había tomado la costumbre de leer todos los años en la fecha del aniversario de la muerte del poeta el poema del olmo y otros, rutina que con el paso de los años fue adquiriendo notoriedad hasta el punto de que hubo un momento en que al recital acudían representantes políticos convirtiéndose en una referencia, aunque según el estudioso Alberto Arribas existen otras versiones acerca de este hábito que lo sitúan al poco tiempo de abandonar Antonio Machado la ciudad cuando un grupo de amigos que coincidían visitando la tumba de Leonor, quisieron homenajear al poeta leyendo sus versos a las sombra del roble ya entonces enfermo.

Pero sin apartarnos de la ubicación del tan traído y llevado Olmo, otros autores, sin embargo, sitúan  en la ribera del río, aguas arriba del puente de piedra, tomando omo base la fotografía que publicó en su número 1 la revista El Duero el 30 de noviembre de 1913 junto con el poema “A un Olmo seco”.

EL PARADOR DE TURISMO CUMPLE 50 AÑOS

Parador deTurismo. Inauguración. AHPSo 20250

El obispo de la diócesis de Osma-Soria, Saturnino Rubio Montiel (segundo por la derecha), bendiciendo las instalaciones del Parador (Archivo Histórico Provincial. Fondo Vives).

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El Parador de Turismo de Soria celebró no hace muchos días el 50º aniversario de su apertura –no así de su inauguración- con una exposición de fotografías y una recepción a la que asistieron personalidades sorianas del mundo político, financiero, empresarial y turístico.

No está de más recordar algunos datos de entonces. El Ayuntamiento hacía tiempo que había firmado la escritura pública de compra-venta, otorgada el 30 de julio de 1958 ante el notario Pedro Sols García, de parte de la Huerta de San Francisco –habilitada temporalmente para celebrar los Festivales de España en vista de que las obras no arrancaban- y pagado por ella la cantidad de 800.772 pesetas con la idea de ceder los terrenos adquiridos al Ministerio de Información y Turismo para que procediera a la construcción del anunciado Parador.

Pues bien, cuando todo hacía pensar que el proyecto iba hacia adelante sin posibilidad de que tuviera marcha atrás y de que, en definitiva, en tan céntrico enclave iba a levantarse sin más dilación el edificio, resulta que pasado un tiempo los técnicos se decidieron por el Parque del Castillo, donde con evidente celeridad se acometió la ejecución del proyecto. De tal manera que si en los primeros días de octubre de 1964 se procedía a la adjudicación de las obras al madrileño Alberto Wanderberghe, dos años después, el 16 de noviembre de 1966, el Ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, inauguraba la moderna y lujosa instalación. Para entonces ya se había superado uno de los escollos –resulta difícil saber el grado de dificultad-, cual fue el del nombre del Parador, pues si en un principio se pensó llamarlo de los Doce Linajes, hasta el punto de que llegó a editarse material impreso con este título, el hecho cierto es que algún autor apunta al propio Fraga como el inspirador de que finalmente se le denominara “Antonio Machado” en la certeza de que el poeta habría paseado muchas veces por el entorno durante su estancia en Soria.

La agenda de Fraga en Soria aquel miércoles de noviembre estuvo repleta. Llegaba a la capital a las once y media de la mañana tras ser recibido en el límite de la provincia por el Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento [Antonio Fernández-Pacheco], el alcalde de la Ciudad [Amador Almajano Garcés] y el Delegado del Ministerio [Francisco Roncal Gonzalo]. La Corporación Municipal le declaró Huésped de Honor y le ofreció una recepción en el Salón de Actos del ayuntamiento, “asistiendo numeroso público que aplaudió calurosamente la llegada del Ministro”, dijo el periódico Campo Soriano. Desde la Casa Consistorial se desplazó al Parador donde, tras la bendición de las dependencias por el obispo Rubio Montiel, “se ofreció una corona poética a Machado, leyendo  poemas originales y exaltativos de su vida y de su obra [los poetas] Federico Muelas, Antonio Canales, Rafael de Penagos, Victoriano Cremer, José Luis Prado Noguera, José García Nieto y Luis López Anglada”. Más tarde, visitó el Museo Celtibérico y volvió al ayuntamiento en el que la Corporación le ofreció una comida de honor en las “Salas Consistoriales”. Por la tarde, de viaje hacia Logroño, inauguró el Albergue de Montaña del Puerto de Piqueras propiedad de la Diputación Provincial.

Aquel primer Parador de 14 habitaciones fue ampliado a mediados de la década de los 80 dotándolo de veinte habitaciones más hasta un total de 34. El actual es el tercer edificio, mucho más grande que los dos que le precedieron, dispone de 64 habitaciones. De él y del despropósito que fue su construcción, llevada con un secretismo absoluto, habrá que ocuparse en otro momento.

 

EL NOMBRAMIENTO DE LOS JURADOS

AHPSo 20210. Fondo Vives - 16.06.1978

Los Jurados de Cuadrilla de 1978 con el Alcalde, Domingo Hergueta, en primera fila, en el centro (Archivo Histórico Provincial. Fondo Vives).

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Este sábado tendrá lugar el protocolario acto del nombramiento de los Jurados y al día siguiente el Catapan con la incertidumbre todavía de si todas las Cuadrillas estarán cubiertas.

En el particular acontecer del calendario sanjuanero establecido por la “Ordenanza Municipal que regula las fiestas de San Juan de la Ciudad de Soria”, la que una publicación tan oficial, y escasamente creíble, como el Boletín Informativo del Ayuntamiento de Soria, no dudó en calificar con arrogancia, en su día, sin encomendarse a Dios ni al diablo, como “la ordenanza de las Fiestas de San Juan del Siglo XXI”, ha llegado el turno al nombramiento de los jurados, que según el artículo 9 de la que tiene la consideración de Carta Magna de los Sanjuanes –otra cosa muy diferente es la fuerza de su eficacia jurídica y utilidad práctica- será “el último Sábado del mes de Abril y en un nuevo acto público presidido también [como el Sorteo] por la Alcaldía y con el Ayuntamiento Pleno…”.  Una rutina más aunque en ocasiones pretéritas haya estado salpicada por algún incidente que vino a deslucir cuando no a destripar –con perdón- una celebración que los sanjuaneros están esperando como agua de mayo. Así ocurrió el 22 de abril de 1967 cuando no quedó otro remedio que suspender el acto y eso que los Jurados, que habían acudido con puntualidad, se encontraban ya en el salón de sesiones de la Casa Consistorial, que es donde se tenía por costumbre llevarlo a cabo a falta de otro local idóneo, a la espera de que comenzase la ceremonia que iba a presidir el alcalde, Amador Almajano, acompañado de la mayoría de concejales de la Corporación. En efecto, se declaró abierta la sesión de la Comisión de Festejos y el secretario, Domingo Ciria, dio lectura al acta de designación de los llamados alcaldes de barrio. Hasta aquí todo normal, no así lo que ocurrió a continuación pues al acercarse al estrado presidencial el primero de los Jurados, el de la cuadrilla de La Cruz y San Pedro [Martín Arribas], lejos de recoger los atributos de su cargo declinó consumar la formalidad, cuando ya los tenía en su poder, al tiempo que el de Santa Bárbara [Benjamín Lázaro] reclamaba de la presidencia que comunicase la resolución adoptada respecto del escrito que habían presentado con anterioridad los regidores formulando un conjunto de peticiones que, básicamente, y de manera resumida, consistían en tener participación, “en la forma más legal”, en la Comisión de Festejos; en el incremento de 2.000 pesetas a cada Cuadrilla la subvención del Ayuntamiento; la reserva de los palcos asignados el Viernes de Toros a los Jurados para evitar que fueran ocupados indebidamente; que se les dotara de mesas el Domingo de Calderas para que las Juradas pudieran preparar debidamente la recepción a las autoridades, y, en último término, que se facilitara la carrera de los caballistas por el Collado una vez terminado el encierro de La Saca, contribuyendo, de este modo, a garantizar la pervivencia de una tradición que se estaba perdiendo. El Ayuntamiento no sólo hizo oídos sordos a la petición de los Jurados, y se encontró con lo que se encontró, sino que aquella misma noche del 22 de abril de 1967 la Alcaldía emitió una nota manifestando que ante la “negativa injustificada” de los Jurados a tomar posesión del cargo que previamente habían aceptado “y que en la actualidad condicionan a unas exigencias inaceptables, expuestas de forma inadecuada”, hacía público, “para general conocimiento, [que] adoptará las medidas necesarias para mantener la tradición y prestigio de nuestras fiestas de San Juan”.

De lo que pasó a partir de aquel momento, y durante la semana siguiente, no ha quedado constancia escrita, si bien es fácil deducirlo porque al sábado siguiente, el 29 de abril, el acto de toma de posesión de los Jurados de Cuadrilla se celebró como si nada hubiera ocurrido. Hablaron el alcalde, Amador Almajano, que anunció la asistencia a las fiestas del escritor y académico Camilo-José Cela, y el Jurado de la cuadrilla de San Esteban, Emilio Ruiz, que hizo una encendida defensa de las Fiestas. Los músicos de Covaleda –la Orquesta Urbión- amenizaron el acto.

 

EL KIOSCO DEL «OREJAS»

Kiosco del orejas con gente - AHPSo 1705

El antiguo kiosco de la Dehesa en una imagen de los años sesenta (Archivo Histórico Provincial).

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El jueves 21 de abril abría tras su remodelación, el conocido como kiosco del “orejas”, en el parque de la Dehesa. En realidad, lo ha hecho parcialmente -únicamente el bar- pues la terraza de verano y el proyecto restaurante, que antes no tenía, comenzarán a funcionar más tarde. El consistorio capitalino, llevaba mucho tiempo –años- tratando de recuperarlo, lo que ha sido posible gracias a la iniciativa privada.

Desaparecidos, víctima de la grafiosis, el enorme olmo que se hallaba pegado a él pero sobre todo el legendario árbol de la música al comienzo de la década de los noventa que la misma enfermedad se llevó por delante, el kiosco del “orejas”, muy cerca de la coqueta y florida rosaleda, “dormida en el silencio de millones de rosas, abiertas cada mañana como un haz de ilusiones por los tibios dedos de las aurora” –se escribió en algún momento-, fue durante muchos años una de las instalaciones más representativas del céntrico parque municipal, oficialmente llamado Alameda de Cervantes, cuyo origen habría que situarlo en los primeros años cuarenta del siglo pasado cuando el Ayuntamiento de la época acordó la creación de un kiosco –que en principio era eso, y no más- que dispensara bebidas durante la época estival coincidiendo con la mayor afluencia de público al recinto. Porque no conviene olvidar que el establecimiento era una construcción elemental bien diferente de la más reciente conocida.

Durante muchos veranos, hasta que el 6 de junio de 1959 se inauguraba y entraba en funcionamiento la cafetería Alameda, o sea, la que está enfrente, a la que no hay manera de encontrarle solución, el kiosco de la familia Reglero, una elemental y para nada sofisticada terraza de verano, tuvo la exclusividad del entorno y se constituyó en el centro de referencia de la vida de la ciudad por más que existieran otras alternativas novedosas como pudieran ser el Mirador-bar, en la parte de acá del puente de piedra a la salida de la ciudad, y más tarde el Soto Playa, si bien es cierto que en estos dos últimos casos para disfrute de un público diferente.

      A nadie se le oculta que el desaparecido templete del “orejas” está cargado de historia y que ha sido testigo del acontecer de una etapa irrepetible de la ciudad. Era, como escribió en los años cincuenta un conocido periodista soriano, el lugar donde los “veraneantes le pegan fuerte a la cerveza y a los batidos [y] las señoras entre sorbo y sorbo de líquido refrescante, hacen punto y gastan la lengua que es un gusto”. Pero de entre las muchas vivencias atesoradas quedó, sin duda, una especial para el recuerdo: no es otra que la que en estos tiempos modernos alguien ha dado en llamar y sin saber por qué se conoce como tertulia de los cráneos que se reunía cada día después de comer, a la hora del café, en torno a un grupo de intelectuales y eruditos, nativos o que sin más estaban aquí pasando el verano. Los habituales solían ser el filósofo Julián Marías y su mujer Lolita Franco, José Antonio Pérez-Rioja, Teodoro del Olmo, José Tudela, Heliodoro Carpintero [Moreno], Jesús Calvo [Melendro], Teógenes Ortego, Clemente Sáenz [García], Ricardo Apráiz, Anselmo Romero Marín, Agustín Pérez Tomás, Gervasio Manrique, Enrique García Carrilero, Agustín Muñoz Carrascosa (a. el pluscuam), Teodoro Rubio y el director del Instituto, Alejandro Navarro (a. el culeras), entre los que se recuerdan. El encuentro diario no pasaba desapercibido, desde luego, para los paseantes que frecuentaban el parque municipal soriano aunque, dada su composición y los asuntos que presumiblemente abordaban, lo contemplaran a distancia, para qué vamos a engañarnos.

EL PABELLÓN POLIDEPORTIVO DE LA JUVENTUD

Casa Condes Puebla Valverde. Huerta San Francisco. AHPSo 14544

Paraje de la Huerta de San Francisco en parte del cual construyó el Movimiento Nacional el Pabellón Polideportivo de la Juventud (Archivo Histórico Provincial).

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Hoy, miércoles, 13 de abril, el Ayuntamiento ha abierto y enseñado a los sorianos el nuevo Polideportivo situado en la calle de Nicolás Rabal.

El Polideportivo de la Juventud, “El Poli”, como se le conoció en los primeros tiempos, tiene una particular historia que está relacionada con la expansión del casco urbano de la capital por la zona en que está ubicado. Construido en la segunda mitad de la década de los sesenta abrió sus puertas y comenzó a funcionar, sin que fuera inaugurado oficialmente –en realidad no llegó a producirse-, en los últimos días del mes de abril de 1969 acogiendo los Campeonatos de España de Gimnasia de la Sección Femenina, en los que por cierto no hubo representación soriana, y a continuación el también Campeonato de España, en este caso de Baloncesto juvenil, sin la presencia, tampoco, de ningún equipo de la provincia. Atrás quedaban más de quince años desde que comenzara a abordarse el proyecto y escasamente dos tras el inicio de las obras una vez que en el mes de febrero de 1967 la Delegación Nacional de Juventudes hubiera anunciado el concurso-subasta y arrancara la construcción apenas un par de meses después. Es cierto, como recordó no mucho después uno de los primeros dirigentes de la instalación, que unas veces por falta de solares –que fue el principal escollo a salvar- y otras por la imposibilidad de disponer del presupuesto necesario, las gestiones para acometer la obra del presentado como Pabellón de Deportes de Soria demoraron la materialización del proyecto, de difícil realización. Mas el empeño personal del entonces Delegado Provincial de Juventudes, Blas Carretero García, hizo posible que la iniciativa se convirtiera en realidad. Para ello fue preciso salvar el primer obstáculo y que el ayuntamiento de la ciudad, del que Carretero llegó a ser Primer Teniente de Alcalde y uno de los hombres fuertes del mismo, cediera parte de la llamada Huerta de San Francisco, una zona emergente  que “está tomando carácter de estudio y de deporte”, escribió el sacerdote Isaías Pascual Moreno en el periódico Soria-Hogar y Pueblo –el actual Diario de Soria-, en la que ya se habían construido la Casa de Cultura (hoy Biblioteca Pública), el Colegio Menor Juan Yagüe (ahora Residencia Juvenil Juan Antonio Gaya Nuño), muy cerca la que fue Escuela de Magisterio, y se había descartado la posibilidad de levantar en el entorno el Parador de Turismo, una de las primeras opciones manejadas. En  todo caso la aportación del ayuntamiento no se quedó ahí porque contribuyó además con cinco millones de pesetas de los veintisiete que finalmente importó la ejecución del proyecto, valorado inicialmente en catorce; los veintiuno que faltaban corrieron de cuenta de la Delegación Nacional de Educación Física y Deportes y de la Delegación Nacional de la Juventud, según una publicación oficial de la época. Lo más importante, sin embargo, es que después de muchos años la ciudad iba a contar con una instalación moderna, dotada de piscina cubierta, que era un lujo, en contraste con el alarmante estado de deterioro que ofrecía el cercano campo de fútbol de San Andrés, que llevaba tiempo abocado al cierre.

Del añorado Polideportivo de la Juventud, habrá que volver a hablar, al margen del oportunismo político del momento –el propio Alcalde de la ciudad, o quien le asesore, debería haberse empapado de la historia que atesora, porque la instalación y la memoria de los sorianos lo merecen y la ha echado en falta en esta jornada de puertas abiertas a mayor gloria del primer edil.